En aquellos tiempos donde se vivió el Antiguo Testamento, se llevaba a cabo una festividad judía considerada una de las más importantes: el día de la expiación. En ella, un sacerdote sacrificaba a un macho cabrío para perdonar los pecados del pueblo de Israel, mientras que otro animal era sometido a la carga ritual de todas las culpas de los israelitas y se le dejaba abandonado en el desierto.
Un poco más tarde, en la época de las cruzadas se presentaba el caso de que, por causa de la animadversión de los cristianos hacia los turcos, era de alto valor matar a uno de estos últimos y, al conseguirse la eliminación, se decapitaba al individuo y su cabeza era exhibida a modo de trofeo, mientras que se le invocaban y atribuían los males acaecidos a los cristianos por las pérdidas en el campo de batalla.
Estas dos historias enmarcan la actual denominación de una (o varias personas) que pagan las culpas de otras, librando a los infractores de represalias. También es para referirse a quienes en afán de aliviar situaciones, mienten sobre su responsabilidad efectiva, ya sea por conseguir un perdón más expedito o por haber sido víctimas de coacción.
¿Y qué tiene que ver lo anterior con la salud? Al no llevarse de manera cabal los procesos y procedimientos de atención médica en todas sus vertientes, se presenta el riesgo de tener desenlaces desfavorables para los usuarios. En el aspecto de vigilancia epidemiológica, que es una herramienta de explotación de información en salud y que permite la formulación de estrategias y toma de decisiones de planificación y control, aplica la misma premisa. Si no se llevan de manera cabal estas actividades, es imposible una correcta estratificación de riesgos, identificación de problemas, establecimiento de acciones preventivas o de corrección.
Así mismo, la pobre integración de los diversos niveles de atención médica y la cuasi inexistente relación intersectorial de instituciones asociadas a la atención de la salud, hacen que la comunicación efectiva, imprescindible para atender desafíos sanitarios, sea deficiente y no se lleven a cabo de manera ordenada acciones para salir avante de adversidades.
Cuando acaecen eventos desafortunados y otros más de tintes trágicos relacionados a la prestación de servicios médicos, como ha ocurrido a últimas fechas, es donde brota y se hace evidente que el sistema de salud está roto. Es notoria la debilidad organizacional de multitud de instituciones y organismos sanitarios para poder coordinar acciones sensatas y eficientes para afrontar emergencias en salud, traduciéndose lo anterior en el pasmo, colapso y persistencia del problema.
Si bien la epidemia por COVID debió de enseñar algo y hacer más fuertes los procesos asistenciales, parece ser que no fue generadora de aprendizaje. Hoy en día continúa la conducta simplona, irrelevante e intrascendente de las autoridades sanitarias (y otras relacionadas) con la generación consecuente de directrices inadecuadas, insensatas e incluso cretinas para la atención de desafíos sanitarios y, desafortunadamente, para una resolución fácil suele apostarse a buscar cabezas de turco o chivos expiatorios para librarse de toda responsabilidad.
Lamentable situación. Panorama muy adverso. Como se ha mencionado en otras ocasiones, es momento como ciudadanos el aportar lo necesario, pero también exigir lo propio. Directivos y líderes sensatos: continúen sus esfuerzos y hagan que se escuche su voz. Colegas todos: expresemos nuestras necesidades y colaboremos en pro de la manutención de la salud de las poblaciones. Es tiempo.
Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre
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