En la semana que termina ya se cumplieron tres años de la partida de Don Arnulfo Padilla Padilla. En la tradicional mesa de amigos, de la cual él formaba parte, nos abrazaron los recuerdos de aquel gran hombre y entrañable amigo. Es menester subrayar que, aunque era un importante empresario, no le gustaban los reflectores; era discreto con sus generosas obras y aportaciones económicas a la beneficencia.
Nunca buscó aplausos ni reconocimientos en los centros del poder político ni empresarial, como otros lo hacen; tampoco pedía a gobiernos apoyos económicos para hacer obras sociales y adjudicarse el mérito. Era un vaso comunicante entre los diferentes actores sociales, entre sus amigos y su familia, era alguien capaz de conectarse con las personas y conectarlas entre sí; disfrutaba de ser generoso y tendía puentes para los ciudadanos que habían perdido la fe en el futuro. Su estilo recio, contrastaba con su generoso corazón. 
Don Arnulfo fue producto de la cultura del esfuerzo del trabajo. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar…”.  No esperó a que alguien le escribiera su historia, él la escribió, porque visualizó el futuro como una oportunidad y triunfó; pero su éxito no solo fue en lo económico, trascendió como ser humano, como persona, debido a la gran generosidad que siempre lo caracterizó.
Con voluntad, carisma y talento, pudo cambiar sus propias circunstancias de haber nacido en un rancho y trabajar en labores propias del campo, cuidando el ganado de su padre. Siempre estaba dispuesto a escuchar al otro, sus consejos sembraban esperanza. Solía decir que le gustaba escuchar a la gente, porque así ya aliviaba una parte del problema del otro.
Pero ¿cómo logra este niño del campo, originario de un rancho cerca de San Juan de Los Lagos, crecer como un gigante? Fue aquí en León, donde empezó a ir a la escuela y a trabajar por las tardes.  Platicaba que en una época repartía periódicos y que con gran orgullo recibía su paga los fines de semana. Hasta donde la historia nos lleva de la mano, Arnulfo, siendo adolescente y en busca de nuevas oportunidades, emigró a los Estados Unidos en busca de un porvenir. Allá trabajaba curando durmientes del ferrocarril, y al tiempo andando regresó con unos dólares, ahorros de su trabajo. 
Con ese pequeño capital comenzó la comercialización de calzado, y junto con dos de sus hermanos fundó la primera zapatería en un pequeño local. Por esa época, otros dos hermanos también abrieron una zapatería a poca distancia de la suya. Entonces su madre les sugirió que se unieran e hicieran un frente común. Así, se decide el nombre de ‘3 Hermanos’, respetando la antigüedad y la edad de los hermanos mayores. Y es así, en los años cincuenta, que se marca el inicio de la historia de una larga cadena de trabajo y éxitos. 
En alguna ocasión que fui a visitar a “Padilla y Padilla,” como yo solía dirigirme a Don Arnulfo, a sus oficinas centrales, me sorprendió la cantidad de gente que esperaba en la antesala para hablar con él; unos tenían cita y otros simplemente llegaban y solicitaban verlo. Confieso que mi curiosidad pudo más que mi discreción y le pregunté a su asistente Lupita, si diariamente atendía Don Arnulfo a tantas personas humildes y otras no tanto. Me respondió que sí, que la mayoría iba en busca de algún apoyo económico, o un consejo, o medicinas; unos eran viejos conocidos y otros desconocidos. Pero eso era a diario, tenía la norma de no salir a comer hasta que atendía al último parroquiano. Y qué decir de la clínica gratuita para atender enfermos de cáncer que sustentaban él y la excelente persona de su hermano Librado, no menos generoso que Arnulfo.
En el restaurante Grillos compartíamos todos los martes el pan y la sal, gracias a nuestro gran amigo y anfitrión, el caballero Don Eduardo Bujaidar. Padilla y Padilla disfrutaba regañando a todos y eventualmente echaba una que otra folklórica palabra, pero la decía de manera tan natural y oportuna, que disfrutábamos sus pintorescos calificativos. Su agilidad mental, su claridad de pensamiento, su memoria e inteligencia, hacían esas reuniones inolvidables. Siempre preguntaba cómo les iba en los negocios, con la mejor intención de dar un consejo o una cálida regañiza. No le gustaba que lo contradijeran.
A Don Arnulfo Padilla le gustaba la música, en sus celebraciones no podía faltar el mariachi y su canción favorita: “Un puño de tierra.” Él amaba la vida, decía que quería vivir, mínimo, unos cien años; pero su naturaleza decidió de modo diferente. Sin embargo, su sensibilidad y contribución a las causas nobles le dan una dimensión atemporal y su recuerdo se marmolizará en el tiempo, lo que solo sucede con los grandes hombres. ¡Qué extraña es la vida! Nos une con personas que nunca habríamos imaginado y nos aleja de otras que pensábamos que siempre estarían ahí.

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