Tenemos problemas. Sorprende que los seguidores de AMLO apoyen ciegamente el vulgar embate contra nuestra democracia, con epicentro en Palacio Nacional. ¿Cómo reaccionarían si Peña o Calderón hubieran intentado tan descarada treta? Sabemos la respuesta. Cuando él era líder de la oposición luchó incansable por el piso parejo que hoy, sin recato, intenta desnivelar.

AMLO, y la máquina de propaganda de Epigmenio Ibarra, quieren convencernos de que nunca ha habido Presidente más popular, y de que esa condición hace a Morena invencible en 2024. Hay motivos para refutarlo. Primero, la popularidad del Presidente al terminar dos tercios del sexenio es muy inferior a la que tuvo Salinas a esta altura, un poco menor a la de Zedillo, y similar a las de Fox y Calderón (y su desaprobación es más alta). La historia nos recuerda que siempre algo estropea la fiesta. Hay muchas posibles causales: la recesión que viene, los casos de grave corrupción muy cerca del “gran líder”, la falta de espacio fiscal, y la indisciplina en su partido -más bien “movimiento”- que le pasará factura.

Leamos entre líneas. Si AMLO estuviera tan cierto de su popularidad y de su capacidad para transferírsela a su candidata, ¿para qué abatir al INE? Si tuviera certeza de ganar, preferiría un árbitro electoral intacto que legitimara, sin reparo, su gloriosa victoria. AMLO quiere un INE endeble para que su debilidad ofrezca múltiples flancos para impugnar resultados electorales -federales y estatales- que no le favorezcan. El político que jamás ha reconocido una derrota, por rotunda que sea, quiere abonar a la narrativa de parcialidad del árbitro, sembrando dudas sobre sus motivaciones y competencias. Al dejarlo sin recursos para depurar los cambios en distritos para instalar casillas en forma adecuada, al eliminar el servicio profesional electoral (de quienes ganaron plaza por concurso) y violar la integridad del padrón al entorpecer la emisión actual de 60 mil micas infalsificables diario, tendrá múltiples grietas por dónde cuestionar resultados cuando se ofrezca. 

Nuestra incipiente -y perfectible- democracia ha permitido que los ciudadanos voten 62% de las veces a favor de la alternancia. En las tres elecciones presidenciales de este siglo, ganaron tres partidos diferentes. Hoy es más probable que pierda el partido en ejercicio. Por ello, no es menor la posibilidad de que Morena pierda la Ciudad de México, Morelos, Puebla y Veracruz en 2024. Ésta sería mayor si partidos como el PAN no siguieran rehenes a los caprichos de padroneros -caciques- locales que impiden la selección pragmática de candidatos. Aun así, el deplorable desempeño de pésimos gobernadores -Cuauhtémoc, Cuitláhuac, Barbosa (qepd)- invita a un decidido voto de castigo. Considerando una posible victoria de la oposición en el Estado de México, los siete estados más poblados -Edomex, CDMX, Jalisco, Veracruz, Puebla, Guanajuato, Nuevo León- podrían acabar en manos de la oposición. ¿Queda claro por qué buscan cómo impugnar las elecciones que vienen?

Resulta increíble que hayan logrado sembrar encono contra el INE, al menos entre sus seguidores, a pesar de que las encuestas muestran la sólida confianza en nuestro árbitro. A nivel estatal, en los últimos 8 años el INE ha organizado 330 elecciones sin un solo conflicto postelectoral. 

AMLO dijo en la Mañanera de ayer que “por encima de la ley está el pueblo.”, y sabemos que considera parte de éste sólo a quien lo apoya sin vacilar. El descarado intento para ajustar la ley a las prácticas ilegales de sus corcholatas, que han incurrido sin pudor en actos anticipados de campaña, para evitar que les cueste la candidatura como le ocurrió a Salgado Macedonio en Guerrero, debe prender todas las señales de alerta. 

AMLO está dispuesto a arrasar con lo que sea para mantenerse en el poder. Le aterra una posible rendición de cuentas si pierde. Volvimos a los peores años del PRI. Utilizará toda la fuerza del Estado para intimidar a legisladores y a ministros de la Suprema Corte para salirse con la suya. Tenemos problemas serios. Regresemos a las calles.

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