Todos los que vivimos en Estados Unidos, pero que nacimos en el extranjero, hemos pasado por la misma experiencia. Alguien nos pregunta: “¿De dónde eres?”. En el mejor de los casos se trata de genuina curiosidad. Algo en tu apariencia y en tu acento denota que vienes de un lugar distante o que eres diferente. Pero en otras ocasiones se trata de marcar un límite; es para decirte: tú no eres de aquí. Ahí es cuando duele, cuando se convierte en un acto discriminatorio.
Cuando me preguntan de dónde soy, suelo decir que nací en México pero que ahora vivo en Estados Unidos. Eso cuenta parte de mi historia. Soy, antes que nada, un inmigrante (con un marcado acento en inglés que delata que lo aprendí muy tarde en la vida). En Miami -donde está mi casa, mi trabajo y mi familia- somos tantos los inmigrantes latinoamericanos que no es necesario justificar tu presencia.
Pero no siempre es así.
La escritora Reyna Grande -quien acaba de publicar en español su novela Corrido de amor y gloria- me contó su experiencia cuando llegó de México a California. “Cuando llegué a Estados Unidos a los nueve años siempre me hacían sentir avergonzada de mí, de mis raíces, de donde vine, de mi herencia mexicana, de mi piel morena, de toda mi identidad como mexicana”, me dijo en una entrevista. “Pero cuando me di cuenta que California era parte de México, que aquí se habló español antes que inglés, para mí fue un momento de empoderamiento; de que yo sí tenía derecho de estar aquí porque los mexicanos estábamos primero”.
Estados Unidos es un país cada vez más diverso. Para el 2044 la población blanca dejará de ser mayoría. Eso significa que viviremos en una nación de minorías donde va a prevalecer la variedad de culturas, idiomas y costumbres. Lo distinto será la regla. Y los latinos -que ya somos más de 62 millones- seguiremos creciendo. Aunque a muchos no les guste.
Una vez, en el 2015, el entonces candidato presidencial Donald Trump me dijo en una conferencia de prensa que “me regresara a Univision”. En realidad, lo que quiso decir es que me regresara a México. No le había gustado mi pregunta y trató de callarme. El caso es que su guardaespaldas me sacó de la conferencia de prensa pero no me pudo regresar a México. En EU mis derechos son iguales que los suyos.
Pensé en esto por el incidente que le ocurrió hace poco en Londres a Ngozi Fulani, una ciudadana británica negra y directora de una organización caritativa. La invitaron a una reunión en el Palacio de Buckingham cuando una de las colaboradoras de la familia real -Lady Susan Hussey de 83 años de edad- le tocó su pelo y le preguntó insistentemente sobre su origen. No una sino, al menos, seis veces: “¿De dónde eres? ¿De qué parte vienes? ¿De qué parte de África eres? ¿Qué nacionalidad tienes? ¿De dónde vino tu gente? ¿Cuándo llegaste aquí?”.
Ngozi le dijo a la BBC que lo consideró como un “interrogatorio” y un “abuso”. El palacio real investigó el incidente y despidió a Lady Hussey de su puesto honorario.
En Gran Bretaña y en Estados Unidos una de las cosas que más molestan a los que se resisten al cambio demográfico y a la diversidad étnica es decirles que este también es nuestro país. No acaban de entender que hay muchas maneras de pertenecer a una nación (no solo haber nacido ahí) y que, debido a las migraciones, los viajes y la globalización, el planeta es cada vez más mixto. El futuro es, inevitable y alegremente, de mezclas y combinaciones. Lo puro está desapareciendo.
La próxima vez que alguien te pregunte de dónde eres, basta responder: yo soy de aquí.
Posdata del conejo. Bad Bunny es un fenómeno. Lo vi el sábado pasado y, además de volar (sobre una palmera) y llenar el Azteca (como alguna vez lo hicieron Michael Jackson y Menudo), dio un espectacular concierto de cuatro horas (a pesar de los graves líos en la venta de boletos). Por tres años consecutivos, según Spotify, ha sido el artista más escuchado (streamed) del mundo. Y lo hizo en español. Hay que oírlo en persona y verlo, con un absoluto control del escenario, para entender por qué. Para mí ha sido una educación musical. Sé que su música y sus letras no les gustan a todos. Pero ha roto estereotipos musicales y de género. Cuando oyes cantar, y grabar en su celular, a 87 mil personas, sabes que algo importante está pasando.
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