“Alguien, a juzgar por lo que ocurrió, por lo que me dijo la autoridad, me quiso matar anoche”.
Ciro Gómez Leyva
No pienso, por supuesto, que el Presidente o alguno de sus colaboradores cercanos haya ordenado el atentado contra el periodista Ciro Gómez Leyva. A pesar de su admiración por algunos grandes asesinos de la historia, como Pancho Villa o el Che Guevara, López Obrador expresa también entusiasmo por pacifistas como Mahatma Gandhi y Martin Luther King, Jr. Él mismo no se da cuenta de la contradicción en la que cae, pero no parece ser un hombre violento.
Tampoco se percata de que un líder político no puede descalificar constantemente a sus críticos, llamarlos corruptos, mentirosos, deshonestos o traidores a la patria, sin que alguno de sus seguidores pretenda hacerle un servicio a él y a la patria agrediéndolos físicamente. Si escuchar a Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret o Sergio Sarmiento produce tumores en el cerebro, como afirmó López Obrador en la mañanera del 14 de diciembre, ¿quién puede asombrarse de que algún fiel entusiasta de su movimiento decida que tiene la responsabilidad moral de liberar al país de alguno de estos periodistas perversos?
Muchos funcionarios y seguidores del Presidente son pacíficos, sensatos y bienintencionados; pero un grupo, algunos de los cuales han encontrado acogida en la Cuarta Transformación, tienen posiciones más agresivas e intolerantes. Pretenden, incluso, acusar a las víctimas de los delitos que sufren. Por ejemplo, Fadlala Akabani, ex panista, hoy secretario de desarrollo económico de la Ciudad de México, dijo en un tweet horas después del atentado contra Ciro: “La oligarquía rapaz y la oposición moralmente derrotada, mezquina, traidora y mentirosa, es capaz de pagar un atentado”.
La jefa de Gobierno capitalina, Claudia Sheinbaum, no se ha enganchado en este discurso de intolerancia. No solo condenó públicamente el atentado, sino que de inmediato brindó protección oficial al periodista y a su familia: “Todo lo que se necesite”, dijo. Encargó a su secretario de seguridad ciudadana, Omar García Harfusch, también víctima de un atentado reciente, realizar las investigaciones sobre el caso.
De la misma manera, el presidente López Obrador ofreció este 16 de diciembre palabras de respaldo a Gómez Leyva: “Lo más importante es expresar nuestra solidaridad, decirle a Ciro que no está solo. Y esto lo hago por convicción, porque tenemos diferencias, son notorias, son del dominio público. Las vamos a seguir teniendo, pero es completamente reprobable que se atente contra la vida de cualquier persona y, en este caso, de un periodista como Ciro Gómez Leyva”. Esto no le impidió, sin embargo, denunciar en la misma mañanera a quienes “viven de este régimen de corrupción, todos ellos”, porque pertenecen al grupo de Krauze, al grupo de Aguilar Camín, al grupo de Reforma.
No, López Obrador no ha entendido el poder que tienen sus declaraciones. No conoce la frase de Jean-Paul Sartre: “Las palabras son pistolas cargadas”. Se ha negado a ser el presidente de todos los mexicanos y sigue usando sus conferencias de prensa para cargar contra sus supuestos adversarios. Piensa que puede resolver el problema de un atentado contra un periodista expresando “solidaridad” mientras sigue repartiendo expresiones de intolerancia y descalificación.
La prensa es “el enemigo del pueblo”, decía Donald Trump, el amigo de López Obrador. Pero no, el verdadero enemigo es el gobernante que piensa que su popularidad le da licencia para acosar a quien se atreve a tener una opinión propia.
Cabotaje
Es otra venganza de AMLO. Como las aerolíneas mexicanas no van al AIFA, el Presidente ha mandado al Congreso una iniciativa para legalizar el cabotaje en territorio nacional de empresas extranjeras. Casi ningún país lo hace. La medida beneficiaría a los consumidores, y por eso la aplaudo, pero es una simple amenaza para obligar a las aerolíneas nacionales a mandar más vuelos al AIFA.
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