“El presidente Biden está más concentrado en hablar sobre migración, cambio climático y tráfico de drogas, sobre todo de fentanilo, más que en saber dónde aterrizar”, dijo ayer el vocero del Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca, John Kirby.
Hace una semana, el presidente Andrés Manuel López Obrador pidió a su homólogo estadounidense que “por amistad y diplomacia” aterrizara en el aeropuerto Felipe Ángeles al momento de su llegada a la Cumbre de Líderes de América del Norte que habrá de celebrarse el próximo lunes.
López Obrador buscaba aprovechar la Cumbre para “posicionar” un aeropuerto degradado por la Aviación Internacional, y que no garantiza los estándares de seguridad para operaciones aéreas internacionales.
La respuesta de Kirby cayó como un balde de agua fría. No solo anuncia que ni por “amistad” ni por “diplomacia”; tampoco por darle gusto a las obsesiones de AMLO, el gobierno de Estados Unidos está dispuesto a poner en riesgo la seguridad de su propio mandatario: pone de nuevo sobre la mesa un tema que preocupa de manera prioritaria del otro lado de la frontera: las muertes crecientes por sobredosis de fentanilo, el aumento en los decomisos de esta droga por parte del sistema de aduanas y protección fronteriza del gobierno estadounidense, el aumento de laboratorios clandestinos en México y la preocupación por la falta de resultados de la cada vez más desgastada estrategia de “abrazos no balazos”.
El gobierno de López Obrador presumió hace poco un aumento histórico en los decomisos de fentanilo. Dijo que estos habían crecido casi 1000% en relación con los realizados durante la administración anterior: la de Enrique Peña Nieto.
El dato era, desde luego, amañado, y para consumo de su público. Pero en Estados Unidos no se tragaron el sapo. Aunque durante el gobierno de Enrique Peña Nieto el tráfico de fentanilo comenzaba a crecer, aún era mínimo y en realidad otras drogas sintéticas capturaban la atención y el interés económico de los principales cárteles.
En 2014 el gobierno de Estados Unidos decomisó 4 kilos de fentanilo. Al año siguiente el sistema de aduanas aseguró 100.
En 2015 se detectaron 5,343 casos de muerte por sobredosis de fentanilo en Estados Unidos. La cifra de fallecimientos pasó a 9, 580 en 2016.
Ese último año, en México no existían cifras de decomisos relacionados con esa droga. El mercado se hallaba dominado por la marihuana, las metanfetaminas y la cocaína, y eran estas las principales fuentes de financiamiento del crimen organizado.
Tomó tiempo advertir la manera silenciosa en la que el fentanilo cambió el negocio del narcotráfico y transformó las dinámicas del crimen organizado.
Había llegado una droga difícil de detectar y que a diferencia de otras no dejaba olores durante su procesamiento: podía producirse en modestos departamentos dentro de los grandes centros urbanos, sin que los vecinos imaginaran siquiera lo que estaba ocurriendo.
Es célebre el caso del búlgaro Petrov Kulkin, detenido a mediados de 2018 en un minúsculo departamento de Mexicali, Baja California. Kulkin, un médico militar retirado, llevaba un año trabajando en su modesto laboratorio y producía 40 mil pastillas de fentanilo cada semana. Sus vecinos solo advertían el zumbido tolerable de una máquina. Con ayuda de un socio oriundo de Caborca, Sonora, enviaba pastillas a Boston, Chicago, Nueva Jersey y Nueva York.
40 veces más adictivo que la heroína, y capaz de dejar hasta 20 veces más ganancias que esta, el fentanilo alcanzó una alta demanda en Estados Unidos. Las primeras señales de su auge estuvieron relacionadas con el aumento de las muertes violentas en Tijuana, Mexicali y Guaymas, entre otras ciudades del norte: el Cártel Jalisco y el Cártel de Sinaloa le habían entrado al negocio.
En el país vecino, las muertes por sobredosis fueron creciendo: hasta que cobraron un promedio de 50 mil vidas por año, una cifra que se duplicó entre mayo de 2020 y mayo de 2021 (100 mil muertos), y que se mantuvo constante entre mayo de 2021 y mayo de 2022 (más de cien mil fallecimientos).
En las fronteras de Texas y California los decomisos crecieron de manera escandalosa. A lo largo de 2022, el gobierno estadounidense decomisó 50 millones de pastillas. La directora de la DEA declaró que las dosis aseguradas serían suficientes “para matar a todas y todos los habitantes de Estados Unidos: es la droga más letal que acecha a este país”.
“Ante estas cifras, es aterrador pensar en todo lo que los cárteles están enviando, y no podemos detectar, y ahora está rodando en las calles”, dijo un integrante de esa agencia de seguridad.
En julio pasado, fuerzas militares aseguraron en una bodega de Culiacán 542.74 kilos de fentanilo. Era el decomiso más grande en “la historia de esta droga letal”.
Pero los precursores siguen llegando de China, y laboratorios situados en Michoacán, Guerrero, Jalisco, Sinaloa, Durango, Baja California, el Estado de México, Sonora, Chihuahua y la capital del país, siguen produciendo sin pausa.
Estados Unidos considera a México la principal fuente de tráfico de fentanilo hacia su país. Eso es lo que Biden trae en la cabeza. No el lugar en el que el Presidente de México quiere que aterrice para justificar a uno de los grandes elefantes blancos de su sexenio.