Cuando el mandatario estadounidense, Joe Biden, llegue a México a principios de enero se va a encontrar con un país polarizado, con muchos muertos, un creciente control de los carteles de las drogas y un presidente fuerte y popular que insiste en imponer su agenda. Y, en el proceso, el mandatario mexicano se está tornando cada vez más autoritario y divisivo.
Pero Biden también verá a una democracia joven que se resiste a dejar de serlo, a una nación creativa, combativa, alegre, alerta y cuestionadora, que ve en Estados Unidos una oportunidad cuando las cosas se ponen mal en México. Para muchos mexicanos y durante décadas, Estados Unidos ha sido una aspiración, una válvula de escape y la mejor opción para una segunda vida.
Los lazos entre México y Estados Unidos son profundísimos. No solo por la obvia cercanía territorial sino, sobre todo, por los más de 37 millones de personas de origen mexicano que viven en el norte.
Y, sin embargo, somos tan distintos.
“Probablemente en ningún lugar del mundo vivan, lado a lado, dos países tan diferentes como México y Estados Unidos. Al cruzar la frontera, digamos, de El Paso a Ciudad Juárez, el contraste es impactante: de riqueza a pobreza, de organización a improvisación, de sabores artificiales a especias picantes. Pero las diferencias físicas son menos importantes. Probablemente en ningún lugar del mundo dos vecinos se entiendan tan poco”.
Este párrafo es del inicio del libro Vecinos distantes escrito en 1984 por el entonces corresponsal del diario The New York Times, Alan Riding. Y sigue teniendo validez casi cuatro décadas después. México y Estados Unidos aún mantienen enormes diferencias de salarios y de crecimiento económico. Y suelen tener posiciones encontradas respecto a la migración, al uso de armas y al narcotráfico, entre muchos otros temas.
Somos muy distintos pero el destino de ambos países está amarrado al otro.
Estados Unidos y México comparten una frontera que no es frontera. Millones la han cruzado nadando, caminando por desiertos y montañas o con visas de turista que luego expiran. En el pasado año fiscal, por primera vez desde que se llevan las cuentas, 2.7 millones de personas cruzaron de manera no autorizada hacia Estados Unidos por la frontera sur.
La frontera entre México y Estados Unidos está pintada con lápiz; es porosa por naturaleza, por historia y por costumbre. Está llena de huecos y hoyos. Nadie la puede sellar. Fue creada —¿inventada?— luego de la guerra entre ambos países (1846-1848) —en que México perdió la mitad de su territorio—, y todos los esfuerzos por marcarla, asegurarla y cerrarla han fracasado. “Poco a poco se han logrado acuerdos que califican a la guerra como una de conquista y expansión frente a un enemigo débil y desorganizado”, escribió Roger Díaz de Cossío en el libro Los mexicanos en Estados Unidos. Es una frontera impuesta por la fuerza, incómoda y frecuentemente violada.
La frontera, para efectos prácticos y muy a pesar de las declaraciones de los políticos, está semiabierta. Sí, muchas personas son detenidas y deportadas. Pero montones logran entrar. Ni siquiera Donald Trump, que hizo su campaña a la presidencia prometiendo la construcción de un gran muro que México pagaría, pudo detener significativamente el paso de migrantes sin papeles.
Estados Unidos es el refugio de los desesperanzados. Y no hay nada inusual en que los más pobres y vulnerables del continente tomen la decisión de irse al país más rico. Este es el flujo migratorio natural en todo el planeta. ¿Quién se atreve a decirle a un padre con un hijo enfermo, a una madre soltera sin trabajo o a un adolescente amenazado por las pandillas, que no pueden huir de su país y aspirar a entrar a otro que podría darles una nueva oportunidad?
Y cuando tienes a un país próspero con una alta demanda de trabajadores que también tiene demasiada demanda de drogas, pues también entran sustancias ilícitas.
Estados Unidos es uno de los principales mercados de drogas del mundo, así que es inevitable que haya narcotráfico proveniente del sur. Más de 59 millones de personas de 12 años o mayores en Estados Unidos, según un estudio en 2020, habían usado drogas o abusado de sus prescripciones médicas durante el último año. Más de 80.000 personas murieron en Estados Unidos por una sobredosis de opioides en 2021, según el Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades. Y la gran mayoría de la heroína y las metanfetaminas que se consumen en Estados Unidos pasa a través de México, de acuerdo con la organización WOLA. Esas drogas se cuelan a Estados Unidos en los puertos de entrada (curiosamente, las zonas más vigiladas).
¿Vecinos distantes? A veces no nos aguantamos y otras nos abrazamos.
Tras 176 años de convivencia forzada, ya hay pocas cosas que nos sorprenden del vecino. Drogas, migración, el nuevo acuerdo comercial (junto con Canadá) y el tráfico de armas de Estados Unidos hacia México son los temas permanentes de la tensa y larga relación entre ambos países. Biden y el presidente Andrés Manuel López Obrador tendrán mucho que discutir. Pero estar en desacuerdo es lo normal. Cada uno responde a intereses y agendas distintos.
Pero, al final de cuentas, Biden y AMLO saben algo esencial: México y Estados Unidos están tan amarrados que la única solución es aprender a vivir juntos.
La frontera es solo una rayita.