Lady Loosebloomers, la esposa de lord Feebledick, sostenía relaciones ilícitas con el chofer, el mayordomo, el jardinero, el caballerango, el despensero, el cuidador de las perreras y el encargado de la cría de faisanes. Milord se enteró de la conducta de su mujer y le pidió que suspendiera esos irregulares tratos, inspirados seguramente por la lectura de las obras de mister Bernard Shaw, cuyas ideas igualitarias estaban socavando, a juicio de lord Feebledick, los cimientos de la sociedad británica. Le dijo lady Loosebloomers: “Haré  lo que me pides, marido, pero será a tu costa: a falta de esa prestación el personal te pedirá aumento de sueldo”. Hay que decirlo con todas sus letras: los fabricantes de cigarros son fabricantes de muerte. El consumo de tabaco, en efecto, es causa de enfermedades que provocan cada año en nuestro país el fallecimiento de decenas de miles de mujeres y hombres. Me parece increíble que todavía haya fumadores, pues están de sobra comprobados los males de todo orden que derivan del hecho de fumar. Entiendo que es difícil dejar ese nefasto vicio. Quien tuvo la desgracia de caer en él batalla para abandonarlo. Y sin embargo millones de fumadores en el mundo vencen la adicción a base de fuerza de voluntad. Saben que en ello les va no sólo la salud, sino también la vida. Por eso aplaudo todas las medidas tendientes a inhibir la venta de cigarros y su consumo en lugares públicos. No es cosa de atentar contra la libertad de quienes fuman: se trata de evitar que los fumadores atenten contra la salud de quienes no lo son. Si yo fuera emperador del mundo, o por lo menos rey del orbe, prohibiría universalmente no sólo que hubiera empresas tabacaleras: vedaría también el cultivo del tabaco, del mismo modo que se impide la fabricación, distribución y consumo de drogas  cuyos efectos son letales. He visto morir a amigos muy queridos y familiares muy cercanos por causa del cigarro, de ahí mi condena del tabaco y de quienes a sabiendas causan la muerte de incontables seres humanos con tal de ganar dinero. Afortunadamente el sucio y feo vicio de fumar va desapareciendo ya. Cada vez en mayor medida los fumadores son mal vistos; se les considera personas inconscientes que en forma necia atentan contra sí mismas y causan molestias a aquellos con quienes conviven, a más de ponerlos igualmente en riesgo. Alguien a quien conocí murió de cáncer en la garganta. Por años consumió una cajetilla de cigarros cada día. Fumaba incluso en la alcoba que compartía con su esposa. Poco tiempo después de la muerte de su marido a ella le detectaron cáncer terminal en los pulmones. No era fumadora, pero aspiró el humo que su esposo despedía, y eso a la larga le quitó la vida. Triste cosa es que ese hombre haya sido suicida primero y homicida después. Decir esto no es ponerse melodramático: es decir la verdad, y decirla con todas sus letras, que es como la verdad se ha de decir. Don Geroncio, maduro caballero, iba a casarse con Chalupona, mujer en flor de edad y de voluptuosas formas. Sabedor del compromiso que le aguardaba, el añoso galán acudió a la consulta de un especialista, el cual le implantó glándulas de mono, recurso de la farmacopea clásica en materia de vigorización sexual. Se llevaron a cabo las nupcias, y la pareja emprendió el viaje de luna de miel. Deseoso de saber si el implante mencionado surtió efecto el médico llamó por teléfono a la desposada y le preguntó si las glándulas de mono le habían dado resultado a su marido: “No lo sé -respondió ella-. Todavía estoy esperando que se baje del candil”. (Chulapona: ponle unos cacahuatitos en la cama, a ver si así). FIN.

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