Según comenta un tendero de confianza, la prohibición de exhibir cigarrillos no servirá para disminuir su consumo. Según los líderes de la Canaco (Cámara Nacional del Comercio), la nueva ley antitabaco “es un duro golpe para las tienditas”. No será así.
Walmart, la minorista más grande del País, presentó un amparo para defenderse de la nueva legislación que le prohíbe exhibir y anunciar cigarrillos. Seguro que otros supermercados y la propia Canaco pedirán a jueces federales que los protejan en sus intereses.
La lucha contra el tabaco comenzó cuando en Estados Unidos el gobierno prohibió los anuncios en televisión. Quién de nuestra generación no recuerda los hermosos paisajes del vaquero Marlboro en los campos nevados de las rocallosas. La prohibición se extendió a las revistas y periódicos. Luego vinieron los anuncios contra el tabaco en las propias cajetillas con horrorosas escenas de enfermedades provocadas por el cigarro.
Otras prohibiciones llegaron. En los aviones y lugares cerrados comenzaron con espacio sólo para fumadores y luego nada. El golpe también lo dan los no fumadores y hay pruebas de que personas que viven con adictos también sufren consecuencias.
Ni con todo eso dejaron el vicio y las últimas cifras destacan que un 27% de la población masculina y casi 9% femenina, fuman en la actualidad. La adicción al tabaco es dura de quitar, no como la de las drogas sintéticas pero sí requiere mucha fuerza de voluntad por algún tiempo y no cometer el error de “sólo una fumadita”, camino de la perdición.
La economía de las “tienditas” se apoya mucho en la venta por unidad. Una cajetilla de Marlboro de 20 cigarrillos se vende a 75 pesos, pero cada unidad le cuesta al adicto 7 pesos. El tendero gana el doble (140 pesos) que por cajetilla. Los fumadores piensan que consumirán menos si compran por unidad, pero a la larga terminan gastando más porque la adicción tiene un ritmo cotidiano. “Es que ya fumo menos”, es una frase favorita de quien no puede vencer a la nicotina.
Quien fuma una cajetilla diaria gasta más de 2 mil pesos al mes. Eso sería lo de menos si no hubiera el riesgo de cáncer, enfisema pulmonar y otras afecciones respiratorias. El problema es que “fumar es un placer”, como dice la canción de Sarita Montiel. El vicio moderado y socialmente permitido cambió. Sin embargo, no será el gobierno ni sus leyes las que reduzcan el consumo de tabaco. En una fiesta, un bar o una reunión familiar pocos se atreven a pedir que el vecino no fume.
Lo mismo sucede con la otra droga permitida, el alcohol. Desde la prohibición, en Estados Unidos comprendieron que el camino para suprimir vino y licores sólo aumentaría el crimen y la violencia. En México vuelve la discusión de si sería mejor legalizar todas las drogas. Los especialistas creen que sería una tragedia nacional. Los más liberales opinan lo contrario.
Ayer por la tarde departía con un fumador veterano. Veía la cajetilla de cigarros con horrendas fotos de quienes sufren sus efectos. Como a todos los fumadores, poco les importa el mensaje de advertencia. Menos les preocupará que sus Marlboro o Montana sean exhibidos en tiendas y supermercados. Las tabacaleras tienen seguro su mercado y, además, inventan otros productos como los vapeadores, que parecen menos dañinos pero nadie conoce su efecto a largo plazo.
Las prohibiciones y la represión son más una moralina que una solución. Al amigo tendero lo tiene sin cuidado la nueva ley, lo mismo que a los adictos al tabaco.