La desinformación en internet está tan extendida que hay teorías conspirativas tan absurdas como, por ejemplo, la que asegura que los pájaros no existen.
Les cuento más de la de los pájaros.
En las redes sociales circula una teoría que dice que la mayoría de las aves que vemos no son reales. El movimiento Birds Aren’t Real (los pájaros no son reales), que acumula cientos de miles de seguidores en Twitter y decenas de miles en Instagram, Facebook y YouTube y que ha originado protestas en lugares públicos, asegura que las aves son en realidad drones que nos espían. De 1959 a 1971, según la teoría, el gobierno de Estados Unidos se dio a la tarea de matar a 12.000 millones de pájaros.
Todo esto, claro, es falso. Pero no en el sentido tradicional de otras teorías de la conspiración que postulan falsedades esperando que la gente las crea. Esta teoría se inventó con el propósito explícito de ser una broma. “Es combatir la locura con locura”, decía una de las integrantes del movimiento satírico.
La idea se le ocurrió a Peter McIndoe como una parodia. El objetivo era burlarse de todas las mentiras y campañas de desinformación que existen en las redes. Al inventar algo tan descabellado e ingenuo buscaba crear una manera que nos permitiera ser más críticos con lo que leemos y escuchamos en línea. “Se convirtió básicamente en un experimento de desinformación”, le dijo McIndoe a The New York Times en una entrevista en 2021.
McIndoe creó este movimiento en 2017 en un mundo rebosante de desinformación, justo el año en el que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en parte, con apoyo de seguidores de teorías conspirativas y él mismo siendo un divulgador de falsedades. Así que para entonces ya era claro que las teorías que intentan convencernos de cosas delirantes no eran inofensivas y que podían tener repercusiones en la vida real.
Pero en 2017 aún no comenzaba la pandemia y todavía no surgían teorías con consecuencias tremendamente dañinas para las vidas y salud de las personas. Fue quizás a partir de 2020 y 2021 que empezamos a ver con mayor claridad (y preocupación) los efectos de las teorías conspirativas.
Una de ellas es decía que las vacunas contra la covid llevaban microchips que serían utilizados por un gobierno o una entidad planetaria para controlarnos. Esta teoría es tan absurda como la de los pájaros. Y, sin embargo, mucha gente la ha llegado a creer. Y, de paso, ha mostrado ser muy peligrosa: ha costado vidas y riesgos en la salud de las personas al generar dudas sobre la vacunación. Conforme la variante ómicron se extendía a principios de 2022, la mayoría de las hospitalizaciones y muertes por coronavirus fue en personas que no se habían vacunado o no habían completado su esquema de vacunación.
Otras mentiras tienen importancia geopolítica. En Rusia, por ejemplo, una ley prohíbe a los medios de comunicación del país llamarle “guerra” o “invasión” a lo que está ocurriendo en Ucrania. Pero yo estuve ahí, vi lo que está pasando y eso es exactamente lo que es: una brutal invasión, una guerra sin sentido. Los rusos, sin embargo, solo pueden escuchar lo que Vladimir Putin quiere que escuchen.
Y también hay teorías conspirativas que sacuden a las democracias. Ese es el caso de la teoría que sostiene Donald Trump y que se conoce como la “Gran Mentira”. Trump y sus seguidores más leales siguen divulgando la falacia de que las pasadas elecciones presidenciales fueron fraudulentas y que Joe Biden perdió. En junio de 2021 le pregunté a Trump en Texas si ya estaba dispuesto a reconocer públicamente su derrota. No lo estaba. “Ganamos la elección”, me contestó y se fue.
Por supuesto, eso es falso. Trump perdió la votación popular y la del Colegio Electoral. Su afirmación falsa, al final, no impidió la transición pacífica del poder y la democracia estadounidense sobrevivió, pero lo grave es que millones de personas creyeron esa mentira. Más de la mitad de los republicanos piensa que Trump fue el ganador, de acuerdo con una encuesta de Reuters.
Esa duda en los resultados electorales es una característica esencial de las dictaduras y gobiernos autoritarios. Lo sé porque yo vengo del país de las fake news. Durante mi infancia y adolescencia crecí en un México dominado por la versión de la historia que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) quería que tuviéramos. Por décadas impusieron lo que Mario Vargas Llosa llamó una “dictadura perfecta” y escogieron fraudulentamente, por dedazo, a los presidentes del país. Así que los mexicanos —y latinoamericanos, donde sobran ejemplos de líderes que inventan conspiraciones golpistas y emprenden campañas mediáticas distorsionadas—sabemos muy bien que los políticos son propensos a las mentiras.
Pero lo cierto es que internet ha profundizado los alcances de las mentiras, que tienen la posibilidad de llegar a millones de personas en todo el mundo. Ya no se necesitan de las grandes cadenas de televisión o los periódicos para enviar un mensaje, sea cierto o falso. Las redes sociales nos han convertido a todos en medios de comunicación. Todos podemos ser emisores y receptores.
Y el uso de las redes sociales es una actividad cotidiana y dominante. Por ejemplo, según el Centro Pew, el 85 por ciento de la comunidad latina en Estados Unidos —uno de los grupos electorales más grandes del país— usa YouTube, el 72 por ciento Facebook, el 52 por ciento Instagram y el 23 por ciento Twitter.
Cualquier influencer, celebridad o presidente puede soltar su versión de los hechos sin tener que demostrar que es cierto. Y muchas personas son susceptibles a caerles. Así que para contrarrestar esta situación el periodismo independiente es indispensable. El mantra es sencillo: ante los ataques, la desinformación y las mentiras, más periodismo.
Pero quizás eso no sea suficiente. “Me preocupa mucho que vivimos en una era en que la gente no respeta el poder del reportaje”, dijo Dean Baquet, exeditor ejecutivo de The New York Times, en una larga entrevista. “Las redes sociales favorecen el sarcasmo, la grosería y las opiniones sin base”.
Es cierto. Como todos, en mis redes veo circular desinformación. Como antídoto, siempre es necesario leer y seguir a periodistas con credibilidad, pues el verdadero trabajo periodístico se basa en datos, verificación y fuentes confiables. “Sin datos no puedes tener la verdad”, escribió en su libro más reciente Maria Ressa, periodista y premio Nobel de la Paz de 2022. “Y sin verdad no puedes generar confianza”.
¡Qué vivan los datos!
Los pájaros sí existen, en Ucrania sí hay una invasión rusa, las vacunas sí funcionan, Trump perdió, Biden ganó y las falsas conspiraciones solo viven en la cabeza de los más incapaces. La solución ante tanta desinformación es más periodismo. Y ver de cerca un pájaro.