En los últimos tiempos se menciona que uno de los objetivos del sistema de salud mexicano es el de emular aquellos considerados de “primer mundo” o de países desarrollados. Sin embargo, a pesar de la frecuente referencia a este concepto, es de hacer notar que no se tiene una idea definida (por los que lo proponen y los que comentan) sobre el significado de este pensamiento.
No se trata solo de “comprar medicamentos”, “construir hospitales” o “contratar médicos”: cuando se habla de un sistema de salud desarrollado, nos referimos a multitud de variables que deben ser integradas y una miríada de necesidades que deben ser satisfechas. Al final del día, la evaluación o ponderación de si un sistema es funcional o de calidad, es por la evaluación de su desempeño.
Uno de los primeros factores a evaluar es su sensibilidad (es decir, la aptitud de percibir cambios o modificaciones del entorno) y su capacidad de respuesta. Los sistemas de salud que cumplen con estas características tienen la particularidad de anticipar circunstancias, adaptarse a la realidad presente y prever el futuro de manera óptima, bajo el marco de provisión de los mejores resultados en salud. Suelen ser naciones o estados que buscan y otorgan de manera sólida recursos, adaptándolos a las circunstancias y necesidades específicas de sus poblaciones.
Otra característica es la de una contribución financiera justa por parte de los usuarios (y otros entes involucrados) para obtener servicios de salud de calidad. Lo anterior es una medición basada en la capacidad de un núcleo familiar (representada en una fracción monetaria) de gastar en atención sanitaria (que puede estar incluida en los propios impuestos, seguridad social, servicios privados, entre otros) sin ver mermadas otras capacidades para satisfacer necesidades básicas (comida, vivienda, educación, por mencionar algunos). No puede considerarse un sistema de salud como adecuado, si las personas necesitan vaciar sus bolsillos de manera frecuente o en grandes cantidades para tener acceso a servicios asistenciales en salud.
Para la caracterización de un sistema eficiente, es importante evaluar el nivel general de salud. Si bien existen indicadores como la mortalidad o esperanza de vida en las poblaciones, es un poco más específico el utilizar nuevas herramientas como el de la medición de los años de vida perdidos por muertes prematuras y los años de vida perdidos por haberlos pasado en enfermedad o discapacidad. Los sistemas de salud eficientes no solamente permiten a la gente vivir más, sino también vivir sanos.
De la misma manera, un sistema de salud eficiente se enfoca en la reducción de inequidades. El utilizar solamente estimaciones de promedios poblacionales no es lo adecuado para decir que “estamos bien” y es fundamental sacar de la injusticia al extremo vicioso (individuos o grupos) con intervenciones que le permitan alcanzar un nivel de bienestar fundamental.
Por último, un sistema de salud robusto es eficiente en la distribución del financiamiento. De nuevo, la justicia es la que impera y una buena distribución no es solamente el total de recurso asignado sino la precisión quirúrgica de la asignación de estos medios, para lograr como se comentó anteriormente, la reducción de inequidades y mejorar la accesibilidad y oportunidad de los servicios.
Desafortunadamente la evaluación de nuestro sistema de salud, no cumple a cabalidad con las definiciones antes mencionadas, por lo que no puede ser considerado un garante de justicia social. Es válido entonces exigir por lo menos a quienes se dicen líderes en este rubro, que reintegren la conceptualización de un “sistema de salud de primer mundo” y pongan manos a la obra con un carácter serio, dejando de lado planes y actividades con carácter de inoperantes y generadores de resultados limitados, con una visión y acciones orientadas realmente a la consolidación de un concepto de un sistema de salud de calidad total. Es tiempo.
Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre