Por: Dolores Hernández G.
Hay personas que se sienten mal de estar bien. Se les oye decir: “¡Qué aburrimiento, aquí no pasa nada!”.
Con “no pasa nada” entiendo que a esa persona no le duele una muela u otra parte del cuerpo, no ha sufrido un accidente que le rompiera algún hueso, no ha recibido un diagnóstico desolador, carece de acreedores que la acosen para que pague sus deudas, no está metida en un litigio legal que la amenace con la cárcel, no ha perdido a un ser querido, el lugar donde vive no se ha inundado ni sufrió terremotos o tornados… La lista de calamidades posibles en la vida podría seguir. Lo único malo que tiene esa persona es que está aburrida.
Nuestra inteligencia está hecha para solucionar problemas. Si no nos cae encima alguno de los que son inevitables, la mente se inventa el suyo para tener que solucionarlo. En este caso, el problema es el tedio.
Las personas nacemos con distintas intensidades de energía. Algunas parecen tener motor de jet, otras de Ferrari y otras de motocicleta; es decir, que sus necesidades de estar en acción difieren de una a la otra. Vi en YouTube una entrevista a un hombre joven que decía: “Necesito emociones fuertes, sentirme estresado y retado al máximo, por eso práctico kickboxing. De otro modo, estaría aburrido”. Hay profesiones que requieren de este tipo de individuos: médicos cirujanos, bomberos, soldados, corredores de autos, toreros, etc. Yo conocí a un médico jubilado que, a sus ochenta años, se lanzó en paracaídas, ¡eso es resistencia al estrés! Para mí, por ejemplo, tanto estrés resultaría insoportable.
El tedio o aburrimiento es como mantener encendido y encerrado en una cochera al jet, auto o motocicleta que nos tocó al nacer. Su motor está gastando tiempo y combustible en vano. También vitalidad; es decir, horas pre obsolescencia. Nuestra vida es breve, se consume y se acaba.
La persona aburrida está pidiendo a gritos que le suceda algo importante, una buena desgracia o un problema colosal a los cuales dedicar los dones que ha recibido de la naturaleza.
Un pequeño movimiento la sacaría de su tedio: abrir los ojos y contemplar todo lo que existe. ¡Hay tanto que aprender! ¡Tantas cosas que pueden ser mejoradas, incluso dentro de la persona misma! ¡Tantas personas que necesitan consuelo, compañía, un consejo, una aportación de tiempo o dinero! ¡Tantos voluntariados en donde individuos de buena voluntad prestan sus servicios para beneficio de otros humanos! En cuanto la persona aburrida abra sus ojos y diga “quiero esto”, de inmediato terminará su aburrimiento.
“Para el que no sabe lo que quiere, todos los vientos soplan en su contra”. La persona aburrida no solo ignora qué quiere, también se niega a investigarlo. Puede decirse a sí misma: “Me doy permiso para saber qué es lo que quiero y obtenerlo”. En cuanto acepte dicho permiso, sus torrentes de energía van a ser aplicadas en algo concreto que la mantendrá apasionada, contenta y con cierta cantidad del estrés que tanta falta le ha hecho.
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