Antes de ser piedra, cemento o ladrillo, las ciudades son una imagen, decía Octavio Paz, en su ensayo México: ciudad del fuego y del agua. Me pregunto, ¿Qué es Celaya, después de haber sido una imagen y un sueño?
Reconstruyo la idea que publicaba hace unos días, los habitantes de Celaya viven del patrimonio construido desde hace 400 años. Déjeme decirle que el “Patrimonio Construido o edificado, está integrado por el conjunto de los bienes culturales inmuebles, que son expresión o testimonio de la creación humana, y se les ha concedido un valor excepcional arquitectónico, histórico, religioso, científico y/o técnico”.
Nuestra ciudad se distingue sobre todo por la arquitectura religiosa que se conserva en buenas condiciones, por lugares obligados de visita como los portales, y construcciones civiles en buen estado como la Casa del Diezmo, o aquellas desmoronándose como la casa de Emeteria Valencia. Ello nos suma el escenario de nuestro pasado.
La idea de la modernidad industrial como eje prioritario del desarrollo económico, dejó atrás a nuestro centro histórico. Se ha privilegiado la atención y la inversión pública al desarrollo inmobiliario en la periferia de la ciudad, para darle respuesta a la demanda habitacional, que hoy rebasa la capacidad de ofrecer servicios públicos con calidad y desarrollo humano.
Los ciudadanos que han administrado el municipio han pasado por alto que nuestro patrimonio histórico y edificado tiene un valor económico superlativo, y que es un elemento de identidad, atracción turística, y generador de empleo. Pero, sobre todo, es un factor de cohesión social muy importante. Si bien es cierto que el Ayuntamiento municipal tiene limitada injerencia en la capacidad de gestión para la conservación de los inmuebles, me refiero a los permisos para su restauración, también es cierto, que nada ha hecho para evitar que la memoria pétrea se nos venga abajo.
El centro histórico es muy reducido, suman unas cuantas calles. En las del nororiente, hacia la Alameda se ha invertido en iluminación y adoquinado, pero en otras como Benito Juárez, en donde existen numerosas construcciones civiles que forman parte del patrimonio edificado, hoy se están derrumbando por falta de protección e inversión. Hay lugares como el cruce entre el Pasaje Nicolás Bravo y Zaragoza, que están abandonados, y urge que se intervengan con gestión eficaz ante el INAH, y con financiamiento público para su rescate. Es cierto, están matando la historia de la ciudad, con la apatía y el desinterés del Ayuntamiento.
Se hacen inversiones millonarias con un manual para principiantes, en el afán de encontrar la llave para atraer el turismo, y lo que podemos ofrecer como fuente de interés, cae ladrillo por ladrillo para hacer estacionamientos. Entiendo que esta administración municipal no sepa ni en dónde tiene la cabeza, pero hay que hacer un esfuerzo para rescatar el sueño que hizo posible esta ciudad de tierra llana.
Hay ciudades como Morelia que está en la lista del Patrimonio Mundial, gracias a que se hizo un esfuerzo por alentar y normar las intervenciones en los inmuebles, acordando condiciones de uso con los propietarios; hicieron importantes inversiones para obras de imagen urbana en espacios públicos, y en edificios emblemáticos, así como orientaron el patrimonio edificado a la especialización turística. Experiencia hay, y a puños.
Desde luego, Celaya ha sido por tradición una zona de comercio, y ahora la conciben como territorio de paso y de logística automotriz, lo que se acentuará con la creación de la estación ferroviaria, y el puerto interior. Por ello, será atractiva para empresas de ensambles o maquiladoras de este giro industrial, pero si no hay un rescate o intervención en nuestro patrimonio histórico y edificado, pasaremos a ser una ciudad que perderá su identidad, para convertirse en un lugar de paso, una ciudad de luces de neón, que sirva para dormir y vivir en la pesadilla de una ciudad muerta.
La inseguridad ha sido un gran pretexto para engordar el negocio de la compra y venta de artefactos policiacos, destinándole más de un tercio del presupuesto municipal, otro tanto lo gasta Jumapa, y el resto es para gasto corriente. La obra pública, se hace con discursos labioso, y con lo que queda de ingresos para simular que se ocupan de la ciudad.
Sin dinero para obras de importancia e interés realmente social y público, el Ayuntamiento echa mano de lo que puede. El Convento de San Agustín, que alberga la Casa de la Cultura, lo han convertido en una oficina de gestión y reuniones municipales de todo tipo, incluso de seguridad para no exponer a sus patriotas ediles que laboran en el edificio municipal.
La Ley y el Reglamento Federal sobre monumentos y zonas arqueológicas, artísticos e históricos, habla de fomentar el conocimiento y respeto a este patrimonio público. El Convento de San Agustín, y claro su templo, forman parte del Patrimonio edificado del país y de nuestra ciudad. El artículo 45 del Reglamento citado, líneas arriba, señala: el uso del inmueble es el congruente con sus antecedentes y sus características de monumento artístico o histórico.
El artículo 14 de la citada Ley, señala que “el destino o cambio de destino de inmuebles de propiedad federal declarados monumentos arqueológicos, históricos o artísticos, deberá hacerse por decreto que expedirá el Ejecutivo Federal, por conducto de la Secretaría de Cultura”. Hasta donde sabemos, el destino del exconvento es para el fomento de la cultura y el arte, no para grillar o hacer politiquería. El Reglamento es muy claro, el artículo 12, señala que “la concesión de uso será nominativa e intransferible, salvo por causa de muerte, y su duración será indefinida”. Así, el cambio no ha ocurrido.
El artículo 7, señala que, los “Municipios cuando decidan restaurar y conservar los monumentos arqueológicos e históricos lo harán siempre, previo permiso y bajo la dirección del Instituto Nacional de Antropología e Historia”, eso significa que de acuerdo al artículo 42, “todo anuncio, aviso, carteles; las cocheras, sitios de vehículos, expendios de gasolina o lubricantes; los postes e hilos telegráficos y telefónicos, transformadores y conductores de energía eléctrica, e instalaciones de alumbrados; así como los kioscos, templetes, puestos o cualesquiera otras construcciones permanentes o provisionales, se sujetarán a las disposiciones que al respecto fije esta Ley y su Reglamento. Pero eso poco les importa, en el patio del ex convento de San Agustín, han instalado un kiosco para la emisión de documentos oficiales, que rompe con el uso o destino del inmueble, y que desde luego, no cuenta con el permiso de obra para su instalación.
El mentado Kiosko es un adefesio, que, junto a otro, que despacha comida chatarra, de acuerdo al artículo 45 del Reglamento, no es congruente con los antecedentes y características de monumento artístico e histórico, y porque el funcionamiento de instalaciones y servicios que presta dicho kiosko, “altera y deforma los valores del monumento”: arquitectura, estética, objeto social, función cultural y artística.
El artículo 52 del Reglamento citado, señala, “al que por cualquier medio dañe, altere o destruya un monumento arqueológico, artístico o histórico, se le impondrá prisión de tres a diez años y multa hasta por el valor del daño causado”. No le podemos pedir mesura, respeto y responsabilidad a quien ya perdió el piso, pero espero que valga el intento. Celaya necesita un buen gobierno.
REVOLCADERO.
Las convocatorias para la integración de los Consejos Consultivos están hechos al aventón, nadie los revisa. La fecha del cierre para las propuestas de integración del SIDEC, es el domingo 5 de febrero. El municipio paga 1 mil millones en gasto corriente al año, obvio la mayoría está destinado a sueldos. ¿Alguno de los empleados los leerá?