Las llamadas “crisis de confianza” términos usados por expertos sociólogos, son definiciones que se instalaron en la opinión pública desde hace algunos años, esto a raíz de observar, vivenciando de forma continua, una cantidad de acciones de sectores públicos, privados y personales en donde se dice una cosa y se hace otra, por lo que cada día, la cesta de la confianza se rompe, dado que son muy pocos quienes trabajan en la construcción de este favorable clima; mientras muchos más decidimos vulnerarla. No es de extrañar, que las personas se sientan sorprendidas cuando las respuestas de los individuos son irracionalmente cautelosas y enredadas; pareciera que, con estas respuestas, buscamos mantener una frenética carrera sin destino, olvidando que cuando se pierde la confianza se pierde la calma, se pierde la paz…se necesita algo en qué y en quién creer.
¿Será que se ha olvidado reflexionar sobre las consecuencias a los resultados ofrecidos? ¿será que el #ahíseva cobra cada día más importancia? ¿Creemos que el de enfrente, no intuirá ni descubrirá el descuido, la omisión o el abuso? ¡No sé! Dicen que la lealtad y la esperanza van de la mano, como amigas inseparables recorren caminos, hacen intrincadas travesías.
Los tiempos son lo de menos, a veces son segundos o largos años siderales; más no es el tiempo lo que cuenta, sino la calidad de la entrega y ahí es donde se fragiliza la confianza y la credibilidad, por lo que entonces, cada vez es más frecuente escuchar ¡ya no se puede confiar en nada, ni en nadie¡ y esa frase es veneno mortal, pues para mantenernos en pie, necesitamos ese aliento, como abrigo de mar, para que nos aleje de la traición y la maldad.
A pesar de que las acciones afirman una y otra vez que no existe un clima favorable para otorgar confianza, todo apunta a que todos necesitamos tener confianza, de lo contrario pareciéramos perdidos, caminando por un oscuro camino en donde acechan murmullos, sombras hediondas, luces infernales. La soledad, hace que tiemble el alma y crujan los huesos, no se sabe dónde parar ni con quién apoyar el paso, el instinto pide correr, dice huye, estás en peligro. ¿A qué se debe el temor, de dónde viene tanta desconfianza? ¿Por qué se ha perdido la fe, dónde está la mano de la esperanza?
Las colectividades como las personas, aprenden con base en la experiencia; no bastan las lecciones o las advertencias, nos gusta probar el acíbar laxante del áloe. ¿Qué dosis necesita un individuo o una colectividad para aprender? Nadie sabe la medida, cada uno en sí tiene la respuesta y quizá por eso, se siguen permitiendo compras, transacciones, abusos, persecuciones y tantas otras fechorías, quizá hasta que cada uno sienta la copa repleta.
Más es la confianza, emoción asertiva, innata, consciente y voluntaria antídoto del mismo veneno. ¿Cómo restablecer esas líneas que parecen perdidas? los padres sin expectativas, abren sus brazos desde el amor y entregan ¿los hijos de igual forma reciben? En los trabajos, en los resultados de las labores; en esas relaciones, transacciones comerciales; políticos y hacedores ¿las situaciones y circunstancias se focalizan con la energía de hacer bien y para el bien o voy del #tochoaprovecho? ¿cómo genero confianza, de qué manera tiendo redes para que el de enfrente sin temor extienda su mano? ¿prometo y cumplo? ¿hago y digo? Durísima sentencia de Nietzsche quien escribía: No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no pueda creerte más; por eso me cobijo en la amabilidad de Shakespeare quien señaló: ama a todos, confía en unos pocos, más no le hagas mal a ninguno o ¿usted qué opina?