En 1916, los caudillos triunfantes, Obregón y el primer jefe del Ejército Constitucionalista, don Venustiano Carranza, se enfrascaron en una lucha ideológica que dirimieron en el Congreso Constituyente de 1917. 
Los diputados obregonistas, liberales y masones, capitaneados por el general Francisco J. Mújica, les ganaron a los carrancistas los artículos vertebrales (3º, 27, 123, 130, etc.) de la nueva Constitución; el proyecto de Carranza es rehecho por 74 constituyentes, masones, de los 118 del pleno y logran así que la Constitución de 1917 sea una expresión de los liberales. 
Carranza tuvo que regresar a Querétaro, meses más tarde, el 5 de febrero de 1917, para firmar el nuevo documento, uno de los más avanzados y progresistas del mundo del siglo XX, por sus postulados sociales. 
Pero ¿quiénes son estos masones sobre los que se han construido tantas leyendas negras, de diablos azufrados y pavorosas leyendas esquizoides? Hasta donde la historia nos lleva de la mano, mucho antes del rey Salomón, a los mineros se los consideraba marcados con un signo temible, pues al arrancar del útero de la Tierra los minerales, antes de que esta los expulsara por sí misma a la superficie, cometían un acto similar al aborto forzado. Nadie se acercaba a esos infames trabajadores y los veían como apestados. 
Así, quienes poseían los secretos de la extracción y fundición de metales, del trabajo de la piedra y la madera y otros que torturaban productos de la naturaleza, quedaban en buena medida marginados de la sociedad y tendían a agruparse y protegerse. 
Estos fueron velando sus secretos hasta que adquirieron un estatus especial, con una marca como la de Caín, a la vez fascinante e infame. 
Para los masones, todo empezó con Hiram Abiff, gran arquitecto fenicio, que poseía todos los secretos de la obra y fue enviado por el rey de esa nación, a ayudar al rey Salomón en la construcción del Templo. 
Hiram Abiff es asesinado por no revelar las palabras secretas de los maestros. Según esto, los obreros de Hiram, como los masones actuales, estaban divididos en aprendices, compañeros y maestros que se identificaban conforme a signos y palabras secretas.  
En Europa, el término compuesto francmasón, o constructor libre, aparece antes de 1155 y se refiere principalmente a un maestro albañil que tenía el privilegio de pertenecer a una cofradía, en una época de siervos encadenados a la tierra. 
Cabe recordar aquí un aspecto de importancia: a su regreso de Jerusalén, antes del 1130, los primeros 9 Caballeros Templarios rinden cuentas a San Bernardo de Claraval, hombre extraordinario, dotado del privilegio de la premonición, y se inicia la construcción de catedrales góticas, con la participación de los francmasones; esto es muy enigmático, porque el estilo gótico de los templos aparece de pronto en la escena francesa como salido de la nada, sin antecedentes en la construcción conocida hasta entonces. 
Entonces, estos artesanos se agruparon en fraternidades y cofradías de francmasones, convirtieron su saber no en misterio, porque conocían su significado; no en secreto, porque lo compartían, sino en arcano, es decir, en un saber guardado; por así decir, en un arca que solo se abría a los iniciados. 
De algunos de estos gremios de constructores surgió la masonería inglesa en el siglo XVIII y se extendió por el mundo. No existe una sola masonería universal.
El ideólogo guanajuatense Alfonso Sierra Partida, en su momento nombrado presidente vitalicio de la Confederación Masónica de Grandes Logias Regulares de México, dijo de la masonería: “No es una religión. Es un sistema moral que tiende fundamentalmente a coadyuvar a la superación de los hombres, impartiéndoles un conocimiento y forjándoles una altísima ética.” 
Mientras, don Jesús Reyes Heroles, siendo Secretario de Gobernación, expresó ante su hermandad que lo visitaba: “Nos supo llevar a la libertad de ideas, a lograr una sociedad secular laica en la que el hombre puede vivir de la cuna a la tumba con su conciencia… 
En fin: los que pertenecen a ella “conocen y callan”, como decía el gran poeta portugués Fernando Pessoa; los que no pertenecemos ignoramos seguramente una gran parte.
El pensamiento liberal es, de hecho, la ideología revolucionaria del pensamiento democrático, de la separación de Iglesia-Estado; la libertad de pensamiento, libertad de expresión, libertad de credo e igualdad de oportunidades. ¿México necesita una nueva Constitución? Fox lo pensó, pero no se atrevió; Calderón lo soñó, pero ni lo pensó. La paradoja es que estos gobiernos conservadores tuvieron que gobernar con la Constitución liberal de 1917, porque sus ideas y postulados no alcanzaban para cambiarla por una Constitución conservadora.
“Hombres libres, resueltos y patriotas sin miedo, hacen posible la nueva Constitución que representa los sueños, anhelos y esperanzas de los mexicanos”: Presidente del Congreso Constituyente de 1917, Luis Manuel Rojas.

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