En Colombia, cuando alguien no alcanza sus metas por muy poco, se acuñó la expresión, “le faltaron cinco centavos para el peso”. La inflación, espanto de quienes tienen memoria más allá de los últimos veinticinco años, hace que cada vez nos refiramos menos a los centavos. En México, a pesar del superpeso, se recuerdan sólo para el pérfido redondeo que ayuda a los grandes corporativos a evadir impuestos a costa de obras de beneficencia, muchas de ellas dudosas. Cada vez compramos menos cosas con centavos. En Colombia, hace décadas cayeron en desuso las monedas, en incluso el Banco de la República lleva años preparando un recorte de los ceros en el peso idéntico al que ideó Salinas en 1993, pero se ha pospuesto porque muchos la consideran irrelevante y cosmética.

Aunque el dinero pierda poco a poco su valor en el tiempo. Aunque nos familiaricemos a escuchar cifras cada vez más escandalosas, como los 20.000 millones de pesos del presupuesto del INE, los 200 mil del tren maya o los 700 millones de dólares de sobornos de Genaro García Luna, la codicia humana permanece incólume. Esta semana, me estremeció la noticia de un taxista de León que asesinó a su pasajero porque le faltaron cinco pesos para saldar el costo de su viaje. Si hace una semana el incendio de una pipa huachicolera había puesto a la mayor ciudad del estado en las noticias nacionales. Ahora, además de las noticias cada vez más frecuentes de ejecuciones, se suma este hecho casi inverosímil. 

Existen dos versiones periodísticas que difieren mucho en la mecánica de los hechos, y hasta en las cantidades. Andrés Guardiola, corresponsal del Excelsior, dice que Arturo de Jesús quiso pagar su viaje de 90 pesos con un billete de 500, y que sólo llevaba 85 en cambio. Mientras que Daniel Villaseñor, del Diario AM, afirma que le cobraban 55 pesos y sólo traía un billete de 50. El disgusto pasó a los insultos y éstos a la agresión física del chofer. Según Guardiola, éste sacó una navaja, mientras Villaseñor, más específico, dice que Juan Rodrigo empuñó unas tijeras de 20 centímetros y que, tras un intento fallido, las clavó en un costado de Arturo. La inusual arma homicida quedó en manos de la policía, que para variar llegó muy tarde, cuando ya los vecinos habían cercado el taxi con varios vehículos. Me inclino más por creer la versión del AM, pues se basa en las declaraciones de una vecina que asistió a la víctima. Sobre Juan Rodrigo dice: “Se paró frente a él, vio cómo moría, le grité que si no sentía nada, que por sus 5 mugrosos pesos, y sólo se quedó callado.”

Cinco pesos equivalen a menos de 20 centavos de dólar, al tipo de cambio actual. ¿Tanto pesaban en la economía de Juan Rodrigo como para asesinar a su pasajero? ¿Eran quizás el umbral que lo separaba de la pobreza en la ciudad del país que más pobres ha creado en los últimos cinco años? ¿ Para el taxista, encarnaba Arturo el enemigo a destruir en la guerra que libran los taxistas convencionales contra quienes prestan el servicio de forma irregular ante la complacencia de las autoridades estatales? 

Se cacarea mucho sobre los salarios dignos, y hemos avanzado mucho en este sexenio (pese a quien le pese) en el mejoramiento de los salarios mínimos. Pero ¿qué pasa con las regulaciones salariales de quienes trabajan en el transporte público? ¿No merecen ellos también un salario digno? ¿Por qué tanta negligencia para regularlo adecuadamente? Quizás en todo esto y no en la simple codicia podamos encontrar una explicación plausible para un hecho tan inverosímil.

Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

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