“Nunca hubo una decisión o acción que tomara yo ocultándole información al presidente, no sería yo canciller ahorita”, declaró ayer Marcelo Ebrard en la conferencia mañanera. Fue quizá el peor día para decir eso.
Con esas palabras, endosó la responsabilidad al presidente AMLO de la acusación de haber mentido al público mexicano, de haber escondido que acordaron con Donald Trump el programa “Quédate en México” y que no fue una maligna imposición del mandatario americano. En su libro de memorias, Mike Pompeo, secretario de Estado de Trump, escribió que Ebrard le pidió no decir que México había estado de acuerdo en ese programa para mandar a territorio mexicano (y se quedaran aquí esperando) a los migrantes que solicitaban asilo en el vecino del norte. Pompeo contó que a Estados Unidos le daba igual: habían “doblado” al gobierno de López Obrador y lo de menos era lo que los funcionarios mexicanos quisieran decir en su propio país. La entonces embajadora de México en Estados Unidos, Martha Bárcena, recién declaró que era totalmente cierto lo que Pompeo escribió en su libro: en entrevista con León Krauze ratificó que Ebrard había mentido, que había hecho acuerdos en lo oscurito con Trump.
En la mañanera de ayer, Ebrard se le fue con todo a la embajadora y dijo que no era cierto, que él no había mentido y que “nunca hubo una decisión o acción que tomara yo ocultándole información al presidente, no sería yo canciller ahorita”.
Lo que nadie esperaba es que una hora después, en la corte de Nueva York, dentro del juicio contra Genaro García Luna, Jesús “El Rey” Zambada, hermano del patriarca del cártel de Sinaloa, Ismael “El Mayo” Zambada, declarara que había dado 7 millones de dólares en sobornos para una campaña, y que el dinero se lo había entregado a Gabriel Regino, entonces poderoso subsecretario de Seguridad en la dependencia cuyo titular era Marcelo Ebrard, del gabinete del jefe de Gobierno Andrés Manuel López Obrador. “El Rey” Zambada aclaró que el dinero no se lo entregó a López Obrador (¿directamente?), pero que fue para una campaña. Así la dejó. El juez no permitió profundizar en el asunto: interrumpió el interrogatorio, llamó a los abogados y a otra cosa.
¿Cuál campaña? ¿La de AMLO para presidente en 2006, por interpósita persona? ¿La de Ebrard para jefe de Gobierno ese mismo año, vía su brazo derecho? ¿Ebrard, como declaró en la mañanera, no daba un paso sin informarle a López Obrador? ¿O sencillamente todo es una gran mentira de un poderoso criminal que es capaz de inventar lo que sea para obtener privilegios de testigo protegido?
Ayer por la mañana López Obrador se quejó de que los medios de comunicación no hablaban lo suficiente del juicio contra García Luna. Fue quizá el peor día para decir eso.
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