Reconocido por los eruditos modernos como uno de los grandes historiadores romanos, sabemos en realidad muy poco de su vida, también que fue poco difundido durante la Edad Media, y que la mayoría de sus libros se salvaron gracias a copias únicas que llegaron, como comenta José Luis Moralejo, al puerto de salvación del Renacimiento. A partir de entonces no dejó de estudiársele; muchas veces de formas acomodaticias que dieron lugar a un “tacitismo rojo”, de corte republicano antidictatorial; y otro “negro” de pelambre conservadora, pues delineaba avant la lettre la razón de estado de Maquiavelo.
Sabemos que Tácito fue un funcionario público romano, en sus últimos años llegó a ser procónsul de Asia Menor durante el imperio de Trajano y, gracias al cambio en el ambiente político del Imperio con la coronación de este último, tras la muerte del tiránico Domiciano, pudo escribir sus dos obras principales, Las historias y Los anales. Este último, mucho más que una crónica de cada año de gobierno desde la muerte de Octavio Augusto hasta la caída de Nerón conforma un gran fresco de los personajes que rigieron los destinos del imperio en los años de su mayor esplendor. Retratos con poderosas pinceladas como el del paranoico emperador Tiberio, en una prosa catalogada por sus estudiosos como conceptista o enrevesada, legaron para la posteridad imágenes de tiranos dispuestos a todo para conservar el poder, seres de carne y hueso con grandes problemas emocionales o psicológicos. Los hechos, alejados en el tiempo de la vida de Tácito, fueron abrevados por éste de otras obras, escritas a su vez con los más diversos intereses, pero tamizados por su divisa de escribir, sine ira et studio. Es decir, sin rencor o parcialidad.
Tácito, cuya carrera pública medró durante el reinado de Domiciano, padeció la censura oficial que catalogó como infructuosa y hasta ambivalente. Irene Vallejo lo cita para reafirmar la vigencia de sus palabras en nuestra época: «Son necios quienes creen que con su poder del momento pueden incluso extinguir el recuerdo de la posteridad. Al contrario, la estimación de los talentos castigados crece, y aquellos que emplean la severidad no consiguen otra cosa que su propio deshonor y la gloria de quienes castigaron».
Para quienes desee acercarse a Tácito, se recomienda la traducción de Marmolejo de 1982, reeditada por Gredos en 2017, pues nos permite reafirmar, como comentó Peter Burke, que este historiador, de cuya vida conocemos tan poco, sigue siendo nuestro contemporáneo.
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