Me dices que me apresure, como si hacer las cosas fuera tan sencillo, un simple apretar de las teclas y listo. Pero no es así, quisiera contar con más tiempo para expresarte mis razones, pero mis valiosos minutos me urgen a salir de prisa, molesta por terminar las cosas con apremio.

Me pregunto ¿Cuántas cosas emprendí de esa manera, así sin detenerme solo comenzando a andar de prisa? Sé que no debo juzgarme con mi mirada actual porque sería por demás injusto. Por otra parte, ¿en qué se convertiría mi vida si me transformo  en mi propio verdugo, qué va a ser de mí sí soy mi guardián y carcelero?

Me pido disculpas anticipadas, porque hace un tiempo entendí que soy el primer ser humano que precisa quererse para sobrevivir, así que he decidido ser más bondadosa conmigo, ser mi mejor aliado y segura compañía.

Sé que a muchos esto les parecerá por demás absurdo, sin embargo es una realidad; cada quien lleva en sí mismo a su mayor enemigo y boicoteador. Escuchamos atrapada a esa voz, que casualmente suena igual que la nuestra, diciéndonos con sus labios invisibles que no podemos lograrlo, y gustosa nos cierra un grillete en la mano, nos  pone a dudar de nuestras capacidades y nuestro crecimiento impidiéndonos avanzar. 

Esa dualidad malévola que se gestó en los días de niebla, tomó figura, ocupo un espacio solo para sí sin nuestro consentimiento, se instaló en lo profundo de nuestros pensamientos, y de pronto, como ahora con estos apremios, levanta la voz y dice: “Un momento hay algo que quiero decir”. Somos pues, un cuerpo compartido.

Hoy, me parece escucharla, mofándose, diciéndome que es poco tiempo con el que cuento, que mejor claudique y me detenga porque las ideas no deben caminar forzadas y porque ciertamente, hay en verdad poco tiempo. 

Decido silenciarla, más esa voz inaudible para otros, grita y vocifera, es terca, necia, quiere imponerse y dominar como las malas hierbas que acaban por asfixiar las casas. 

Sí, las he observado, mustias, ganan terreno proliferando como un mullido jardín vertical, prometiendo que se evitará el mantenimiento y la pintura. Se afianzan fuerte, y al pasar el tiempo, al querer arrancarlas, la han carcomido por entero, enterrado sus raíces cual tentáculos profundos, han convertido en cascajo poroso la fortaleza antigua. Algo así sucede cuando nos dejamos vencer por esa voz de terciopelo, algo similar acaba de suceder conmigo.

Por el momento, la he vencido y respeta mi triunfo personal con una fingida indiferencia muda. Muchas  veces, he ganado, otras tantas he perdido, pero al menos yo gané esta partida, porque es sabido que cada uno tenemos nuestros enfrentamientos personales. Sí, continuamente estamos en guerra, nuestra vida es un campo de batalla. 
 

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