Gracias a Paco MacSwiney por acercarme al tema.
Mientras me deslumbraba por estos días con el ChatGPT y las posibilidades de la inteligencia artificial (IA) para escribir relatos, imitar estilos o recopilar información muy específica, recordaba la lectura hace algunos años de las 21 lecciones para el siglo XXI de Yuval Harari, “La IA no solo está a punto de suplantar a los humanos y de superarlos en lo que hasta ahora eran habilidades únicamente humanas. También posee capacidades exclusivamente no humanas, lo que hace que la diferencia entre una IA y un trabajador humano sea también de tipo, no simplemente de grado”.
Y parece que no habrá mucho más que esperar, porque el ChatGPT redacta de manera impecable en tiempo récord, sin errores de ortografía ni redacción, sobre el tema que se le pida. La versión pública, abierta desde noviembre del año pasado, es un quebradero de cabeza para la Academia, pues si los escolares la están aprovechando para hacer las tareas, los universitarios no se han quedado atrás.
Antes de iniciar mi experimento con el chat, escuché una sesión del Seminario Dilemas y consecuencias para el quehacer académico del uso de procesadores de lenguaje natural (a propósito de chatgpt), llevado a cabo en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, donde era inocultable el nerviosismo por la irrupción de la IA en el Derecho.
Durante las exposiciones se manifestó el temor al plagio de trabajos académicos a través de esa aplicación que crea nuevos textos soslayando las fuentes de información de las que abreva, un asunto que en las artes visuales y sonoras es ya motivo de reclamos. Se teme también que al presentar trabajos realizados por la máquina como propios, ésta sustituyese la aprehensión de conocimiento en alumnos más interesados en aprobar materias y obtener un título universitario que en prepararse de manera óptima para ejercer su profesión.
Una de las dinámicas del seminario consistió en preguntarle al software mismo cómo podrían descubrir si un texto había sido generado por él. Entre las respuestas, además de sugerir el uso de software especializado, hubo una que no pudo ser más lógica: una entrevista del profesor con el alumno puede revelar si escribió o no el texto. La masificación de la educación nos ha llevado a un distanciamiento lamentable del profesor y sus alumnos, los exámenes orales otrora ineludibles, por ejemplo, son cada vez menos frecuentes.
También, muy en línea con las advertencias de Harari, en el seminario se deslizó varias veces la posibilidad de que la IA se apoderara de la Academia o del sistema judicial. Y si mal no recuerdo en Volver al futuro II se menciona que éste último había abolido el empleo de abogados, por lo que las condenas se surtían de manera exprés…
De producir palimpsestos, condensar información extraída de gigantescas bases de datos para presentarla siguiendo parámetros concretos o interactuar en conversaciones con seres racionales, puede pasarse a juzgar hechos humanos con mucha mayor objetividad y sin atisbos de corrupción. Ese salto de tipo, no de grado, tal vez esté ya en pruebas de laboratorio gracias a las multimillonarias inversiones que se están realizando en este campo.
Tras conversar con la máquina, a la par que preparaba los relatos generados por el chatGPT para su publicación el próximo jueves en La trinca del cuento, me llegó la noticia del plagio de la tesis doctoral de la ministra de la Suprema Corte, Yasmín Esquivel, que abona aún más desprestigio que su anterior escándalo por el plagio de su tesis de licenciatura. Presentada en 2008 en la Universidad Anáhuac, según los agraviados y expertos consultados por el diario El País, es un ejercicio de copia y pega. Algo similar a lo que puede producir una IA.
¿Pudo descubrirse el plagio con un software específico o por alguno de los siete sinodales que en su momento fungieron de tribunal a la hoy ministra? Seguramente sí, pero también pudo desenmascararla a tiempo el Senado de la República que la votó en ese puesto.
Atribuirse el trabajo de los demás nunca ha hecho a alguien más listo, podrá recibir los títulos académicos o los puestos burocráticos, pero a la hora de hacer el trabajo, la verdad sale siempre a la luz. Entonces, todos constatarán que, además de deshonestos, son por decirlo de forma amable: artificialmente inteligentes.
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