Ricardo Monreal Ávila

Independencia y soberanía son los dos pilares en los que se basa la libertad de las naciones. Sin embargo, aquellas que alguna vez fueron colonias tuvieron que atravesar, en su mayoría, procesos violentos para tomar por la fuerza lo que se les negó por la vía de la justicia.

Pensemos, por ejemplo, en Estados Unidos de América. Se trata de un país que proclamó su independencia el 4 de julio de 1776. El camino para lograrlo fue una extensa guerra que, como en la mayoría de los conflictos de esta naturaleza, dejó como consecuencia un país dividido, desintegrado y lastimado.

Entre las filas del Ejército Continental que combatió al imperio de Gran Bretaña surgió una figura protagónica: el comandante George Washington, quien después de ganar la guerra se convertiría en el primer presidente de los Estados Unidos de América y en el primer padre fundador de esa nación.

En su discurso de despedida, Washington sentó las bases y los principios para que una política exterior pudiera ser exitosa. Destaco aquí tres ideas centrales sobre este tema que el primer presidente estadounidense esculpió en la historia: 

• Observar con todas las naciones buena fe y justicia; cultivar la paz y la armonía con todas;

• La vigilancia de una nación libre debe estar siempre despierta contra las artes insidiosas del influjo extranjero, pues la historia y la experiencia prueban que este es uno de los enemigos más mortales del gobierno republicano;

• La gran regla de nuestra conducta respecto a las naciones extranjeras debe reducirse a tener con ellas la menor conexión política que sea posible, mientras extendemos nuestras relaciones mercantiles.

La semana pasada, dos parlamentarios estadounidenses, el senador demócrata Robert Menéndez y el congresista republicano Michael McCaul, presidentes de los comités de Asuntos Exteriores de sus respectivas cámaras, emitieron un comunicado en el que expresan su preocupación sobre las modificaciones legales que el Congreso mexicano ha aprobado, conocidas como “Plan B”, y llegaron al grado de asegurar que el futuro de las instituciones democráticas de nuestro país está en riesgo.

En primer lugar, este tipo de acciones, que buscan un rédito político en el contexto de las futuras elecciones en la Unión Americana, no cultivan ni la paz ni la armonía entre ambos países. 

En segundo término, la intervención en cuestiones políticas de otras naciones, especialmente cuando proviene de un representante democráticamente electo, puede ser entendida como un intento de intervencionismo.

Finalmente, este tipo de episodios pueden afectar nuestras relaciones en otros ámbitos, como el comercial, en el que hoy México es el principal socio de Estados Unidos.

Por fortuna, el paso del tiempo nos ha dotado de herramientas para dirimir estas diferencias de manera pacífica. Por eso, como presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado de la República, ente en el que recae la facultad exclusiva de revisar la política exterior y con la capacidad de activar la diplomacia parlamentaria, expreso con respeto mi rechazo absoluto a la injerencia de los congresistas estadounidenses en un asunto de carácter nacional.

La reforma electoral aprobada en días recientes y su destino final competen únicamente a las y los mexicanos. Nuestra democracia no está en riesgo, al contrario, se sigue perfeccionando momento a momento, tan es así, que ayer se desarrollaron con total respeto y libertad manifestaciones en diversas entidades federativas, incluida la Ciudad de México, por parte de quienes no están de acuerdo con la reforma.

Sirva la ocasión para recordar que ante este tipo de injerencias, independientemente de nuestra postura o filia política, México se debe mantener unido y no abrirle la puerta a ningún tipo de intervencionismo, pues como bien lo señaló George Washington, ese -y ningún otro- es el peor enemigo de la república. 

@RicardoMonrealA

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