Pocas expresiones del hombre me parecen más viles y repugnantes que el racismo. Esto es, el rechazar o desvalorar a una persona por su color de piel. Lamentablemente la sociedad mexicana, como otras partes del mundo, padece de una fuerte dosis de racismo y discriminación, esto está ampliamente documentado y no considero necesario extenderme. Los argumentos de los racistas y supremacistas blancos son repetidos por infinidad de personas que preguntan: ¿Cuántos premios Nobel negros o mulatos hay? ¿Cuántos científicos y grandes artistas negros hay? Repiten esto, para justificar sus necedades con enorme o total ignorancia de la historia del mundo. A continuación, se presentan tres casos ilustrativos.
Srinivasa Ramanujan fue un extraordinario matemático hindú autodidacta que a invitación del matemático británico Godfrey Harold Hardy llegó a la Universidad de Cambridge con quien colaboró intensamente a principios del siglo pasado. Hardy dijo que: “el mejor ejemplo de genio matemático que he conocido en mi vida ha sido Ramanujan, solo comparable a Euler y Jacobi”. Ramanujan murió a los treinta y dos años en 1920 después de haber recibido los máximos honores de la Sociedad Real de Londres, y también, después de haber sufrido numerosos casos del más denigrante acoso racial por su color de piel.
En estos días el periódico “Times” de Londres acaba de reportar el caso del nombramiento del más joven profesor negro de la Universidad de Cambridge con solo treinta y siete años de edad. Es un caso sorprendente, se trata de Jason Arday un joven que durante su niñez padeció de autismo y que no pudo hablar hasta los once años de edad y aprendió a leer hasta los dieciocho años. Contra todo pronóstico imaginable, ahora es profesor del Departamento de Sociología de dicha Universidad.
Recientemente presencié la transmisión en vivo del Met de Nueva York de la ópera “La Traviata” de Giuseppe Verdi. Durante un intermedio una persona evidentemente molesta comentaba despreciativamente y con rimbombante gravedad que, debido a la presencia de varios cantantes negros entre los solistas y los miembros del coro, esta presentación de “La Traviata” parecía haberse escenificado en Nuevo Orleans y no el París.
Me parece que en su ignorancia esa persona pensaba que ver “La Traviata” debería de ser algo así como ver un documental de “National Geographic” mostrando una fiel representación de París en el siglo diecinueve, y no la representación de una obra de arte en la que lo más importante es la calidad artística de la interpretación musical y no el color de la piel de los cantantes. Por otra parte, una consecuencia adicional a ese absurdo y racista comentario es que evidentemente excluye totalmente la posibilidad de representar “La Traviata”, por ejemplo, en la Opera Nacional de Tanzania en la ciudad de Dodoma, o en el Teatro Nacional de Nigeria en la ciudad de Iganmu en Lagos, pues claramente en ambos casos la mayoría de los solistas y miembros del coro serían africanos negros. Con toda seriedad pregunto: ¿El color de la piel de los participantes es un argumento relevante para juzgar una presentación de ópera? ¿Es la raza de los artistas participantes un argumento suficiente para menospreciar y descalificar una presentación operística?
Algunos con ingenuidad añaden que en lugares como el Met de Nueva York se elige a participantes multirraciales “por razones políticas”. Este argumento me parece también patético por el racismo implícito que conlleva.
Implica que, por ejemplo y entre numerosísimos casos, la extraordinaria cantante de ópera norteamericana Jessye Norman, quien interpretaba en los más grandes y reconocidos centros operísticos del mundo, los papeles de Leonore en Beethoven, o de Sieglinde y Kundry en Wagner, entre muchos, muchísimos, otros, no era debido a la calidad artística de sus interpretaciones sino debido a la “caridad”, “compasión” y “razones políticas” de las compañías de ópera en donde cantó pues seguramente se veían obligadas a incluir a un solista negro. Argumentar esas “razones políticas” para explicar la inclusión de cantantes negros me parece francamente absurdo y solamente una forma (ahora sí) “política” de intentar disimular un evidente racismo.
Pretender que, por ejemplo, las obras de Wagner, entre otros compositores, sean interpretadas solo por “arios blancos” es no solo absurdo sino una expresión del más puro racismo digno de las deplorables turbas seguidoras de Trump y de sus supremacistas blancos. Por otra parte, sabemos, con alegría, de artistas mexicanos como los bailarines Isaac Hernández, quien es “principal dancer” del English National Ballet en Londres, y su hermano Esteban Hernández, quien es también “principal dancer” del San Francisco Ballet. Así mismo sabemos de Elisa Carrillo quien es “primera bailarina” del Staatsballett de Berlín. Por su parte el tenor Javier Camarena es ampliamente reconocido como un extraordinario cantante de ópera.
Nunca he sabido que ninguno de los artistas mexicanos antes mencionados hayan sido elegidos para desempeñar sus papeles de ballet o canto debido a “lástima”, “compasión” o ”razones políticas”, sino exclusivamente debido a que poseen la más elevada calidad artística imaginable. En particular la participación de Camarena en “Tristán e Isolda” de Wagner es notable, como todo su repertorio.
Sostener, bromear o jugar con expresiones e ideas racistas es simplemente inaceptable, el mundo y nuestros hijos merecen algo mejor.