Durante el Gobierno del presidente Trump se planteó intervenir militarmente a México. Actualmente, un grupo de senadores republicanos de ultraderecha ha propuesto enviar marines al sur de su frontera, una medida que ha generado controversia y preocupación en nuestro país. Esta propuesta es a partir de declarar terroristas a los narcos mexicanos. 

Mauricio Meschoulam, de la BBC, dice que efectivamente están previstas en las leyes antiterroristas de Estados Unidos las intervenciones en otros países, entre otras medidas: “Esto otorga alta flexibilidad a las fuerzas norteamericanas de seguridad para llevar a cabo actos que vulneran la soberanía de un país y son violatorios de los derechos en una democracia”. 

Bajo esa óptica del terrorismo, las fuerzas norteamericanas ya no necesitarían permiso para allanar viviendas, incautar bienes, negocios, cuentas bancarias, cancelar visas… detener sospechosos, socios y amigos de supuestos terroristas, pasando por encima de las leyes mexicanas. Es decir, harían lo que a su opinión conviniera. Pero la posición del Gobierno de México es la del rechazo absoluto a la intervención, aunque dice que sí aceptaría la colaboración del Gobierno norteamericano, en información y tecnología. 

Desde el nacimiento del México independiente, las intervenciones militares de extranjeros tienen una larga historia y han quedado bien grabadas las afrentas en el inconsciente colectivo de los mexicanos. Estas han sido rechazadas por la mayoría del pueblo, aunque aplaudidas por conservadores. A manera de recordatorio, en 1847 en la capital mexicana la jerarquía eclesiástica y los conservadores recibieron a los altos mandos estadounidenses con flores y un Te Deum; en mayo de 1863, luego de la derrota del Ejército mexicano en Puebla, recibieron con otro Te Deum de gala a los franceses. Semanas antes de la batalla, el general Ignacio Zaragoza lamentaba esa actitud amargamente: “La conservadora, traidora y egoísta ciudad de Puebla”. 

Pero volviendo al tema de la invasión de marines, lo que está realmente en el fondo de las polémicas declaraciones de senadores republicanos, es sacar raja en tiempos políticos electorales… Es el juego político de los espejos: ¡Hacer creer! Estas afrentas también las aprovecha el presidente López Obrador en su retórica, porque le facilitan un baño de nacionalismo y envolverse en la bandera, a la usanza de los Niños Héroes, cuando la invasión norteamericana. De ninguna manera le convendría al vecino país del Norte meterse en un hoyo sin salida, una guerra sin fin y salir derrotados porque no arreglaría nada. 

Desde luego que eluden su responsabilidad, culpando al vecino, de las adicciones del pueblo norteamericano, y pretenden justificar así la falta de resultados en el combate a las drogas. No se advierte que los senadores norteamericanos, la DEA y demás agencias hagan un ejercicio de autocrítica sobre las políticas fallidas de sus gobiernos. 

Su insistencia en combatir las drogas en México, en lugar de combatir a los cárteles de su país y trabajar en políticas de prevención de adicciones, resulta una absurda paradoja. El consumo de drogas en Estados Unidos, crece dramáticamente, día con día.

Es una incongruencia que, en lugar de aplicar a sus marines en la lucha contra las drogas allá, prefieran mandarlos a México; las armerías han amasado fortunas vendiéndoles armas de alto poder a los cárteles mexicanos, en sociedad con magnates republicanos; los adictos y los dólares están allá, pero extrañamente, nunca detienen a los grandes capos, ni desarticulan a sus cárteles, ni decomisan grandes cargamentos de drogas. 

Recientemente el Ejército mexicano decomisó el equivalente a seis mil millones de pastillas (dosis) de fentanilo. Se ha incautado más aquí, que allá. En la detención de Ovidio Guzmán murieron diez soldados e incautaron 75 rifles de asalto americanos y miles de cartuchos que tenía en su casa. En esta lucha sin fin, México ha pagado un precio muy alto: han muerto centenas de soldados, policías y gente inocente. Es injusto decir que “México no hace nada”: nuestro país pone los muertos y ellos ponen sus lujosas boutiques para vender mota.

México va a ser su piñata de tiempos electorales. Pero volviendo a la pésima idea de mandar marines a México, Estados Unidos tendría muy pocas posibilidades de éxito: ni el pueblo ni el Ejército colaborarían con los invasores extranjeros, tal y como sucedió en la Expedición Punitiva, cuando se metieron a México cinco mil soldados norteamericanos al mando del general Pershing, mentor de generales, a perseguir a Villa. Nunca pudieron encontrarlo y el resultado fue un total fracaso. Imagínelos usted en el triángulo dorado de la sierra de Durango, Chihuahua, Sinaloa… persiguiendo narcos, disfrazados de campesinos, que tienen una gran base social, sería su Vietnam II, aunque los conservadores les aplaudirían y les ofrecerían un Te Deum en la Basílica.

Los Estados Unidos tienen una alta corresponsabilidad al respecto: Arman a los supuestos terroristas y les compran la mercancía. Por lo tanto, también deben de reformar su estrategia fallida de la guerra contra las drogas en su país, porque mientras exista la demanda, las armas y el dinero, el tráfico va a continuar. 

 

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