El viajero frecuente, de regreso en su casa, envió a su pequeño hijo a la cama, pues quería gozar la intimidad con su esposa. Le dijo al niño: “Duérmete, porque no tarda en venir Juan Pestaña”. “¡Éjele! -se burló el chiquillo-. ¡Ése nomás viene cuando tú no estás!”. Me pregunto si la palabra hablada está en vías de extinción, y si algún día la gente quedará muda, silenciosa, y se comunicará sólo por medio de vibraciones cerebrales o del éter. Lo digo porque muchas manifestaciones orales -abstracción hecha de las que al erotismo atañen- no existen ya, siendo que en otro tiempo estuvieron muy de moda y gozaron de prestigio y consideración. Los oradores, por ejemplo, desaparecieron para bien de la humanidad doliente. Cuando joven tuve la desgracia de ganar algunos concursos de oratoria, y es fecha que no me curo de ese mal. Lo mismo puedo decir de la declamación, que es tan declamatoria. Me apena, sí, que se haya perdido casi la conversación, galano arte en el cual descollaron insignes mexicanos como don Victoriano Salado Álvarez, don Alfonso Reyes o Salvador Novo, y que practica aún con señorío y elegancia mi admirado amigo don Genaro Leal. He visto en una mesa de café a los cuatro comensales con sus respectivos mentones clavados en el pecho y los ojos hundidos en uno de esos artefactos electrónicos que, se ha dicho, acercan a los que están lejos y alejan a los que están cerca. Los poetas usan las palabras para revelarnos la verdad; los malos políticos las emplean para esconderla o deformarla. Hay, claro, poetas que inficionan su poesía con política, a la manera de Neruda, que muchas veces perpetró panfletos en vez de escribir poemas. Tiene uno, sin embargo, donde convoca bellamente a la revolución social. Se llama “Oda al aire”. Lo conocí dicho con fuerza de proclama por un extraordinario recitador argentino, Mauricio Sol, amigo mío que fue, cuya voz suena ahora en You Tube. En esos versos Neruda habla con el aire y le dice que no se deje encadenar; que no permita que lo vendan como la luz y el agua. Algo se le olvidó pedirle: que no admitiera que la ambición o la inconsciencia de los hombres lo ensuciaran hasta el punto de volverlo peligroso, y aun irrespirable. Sé bien que la refinería de Cadereyta es fuente de trabajo para muchos, pero no ignoro que sus nocivas emanaciones ponen en riesgo la salud de millones de habitantes de las comunidades vecinas, sobre todo de la Ciudad de Monterrey y municipios conurbados. La verdad es que refinerías como ésa son ya entes obsoletos y perjudiciales, igual que lo fueron en otro tiempo las ladrilleras que usaban llantas como combustible para sus hornos. El aire es bien común. Respirarlo no debe ser un riego. El hecho de que haya otras fuentes de contaminación -los vehículos de motor; algunas fábricas; las pedreras- no es en modo alguno justificación para que esas refinerías sigan haciendo que la gente enferme. Según la tradición el diablo huele a azufre. Una nube amarillenta lanzó recientemente al aire aquella refinería, la de Cadereyta, cuyo funcionamiento al parecer está por encima de toda autoridad encargada de cuidar el medio ambiente. Sea el aire para los poetas, y para que la gente lo respire sin peligro, y no vehículo de contaminación para empresas a cuyo anacronismo ha de sumarse su alto costo y su evidente ineficiencia. Al bailar el tango el hombre bajó la mano hasta ponerla en una de las turgentes pompas de la dama. Le pidió ella con enojo: “Quite la mano de ahí”. El tipo pasó su mano a la otra pompa al tiempo que preguntó, solícito y cortés: “¿Qué ésta la traes inyectadita?”. FIN.
La palabra hablada en vías de extinción
Me pregunto si la palabra hablada está en vías de extinción, y si algún día la gente quedará muda, silenciosa, y se comunicará sólo por medio de vibraciones cerebrales o del éter.