La disputa verbal entre el presidente López Obrador y diferentes instituciones y funcionarios norteamericanos escala sin cesar. Un día sí y otro también surgen acusaciones mutuas. Todo comienza con la publicidad que tuvo en México el juicio de Genaro García Luna.

El nuevo problema es el fentanilo. La mariguana, la cocaína e incluso la heroína, son viejos productos que nada tienen que ver con su potencia y letalidad.

El dolor causado por la muerte de entre 70 mil y 100 mil norteamericanos por sobredosis llega a sus congresistas. Lo fácil es ir al origen de las drogas y culpar a México. El mal está al sur de la frontera, dicen los vecinos; el problema es que EEUU no reconoce que al norte están las ganancias del menudeo y la distribución.

Como decía el ex embajador mexicano, Jesús Silva Herzog, no conocemos quién es el líder del cártel del Potomac en Washington o el de Brooklyn en Nueva York. Las organizaciones de traficantes mexicanos tienen nombre y apellido; de Estados Unidos no sabemos. Los “Tony Montana” estelarizado en la película Caracortada por Al Pacino, sólo viven en la imaginación de los aspirantes a “mobsters”.

La acusación más grave es que México perdió el control de una tercera parte del territorio nacional. Si tienen razón los vecinos, quiere decir que hay 650 mil kilómetros cuadrados gobernados por el crimen, territorio igual al de Francia.

Ayer un legislador preguntó al secretario de Estado, Antony Blinken, si México tenía partes donde no había gobierno por la presencia del narcotráfico. Asintió y en la conversación señalaron que las principales víctimas eran los propios mexicanos que viven en esas zonas.

La frase de “abrazos y no balazos” pesa sobre el ánimo de mexicanos y norteamericanos. Representantes de la oposición en México y en EE.UU. repiten una y otra vez esta estrategia como muestra del fracaso gubernamental que causa cientos de muertos a diario aquí y allá. 

López Obrador se enganchó en el debate y niega todo; acusa al vecino de intervencionista y enarbola la soberanía nacional como valor que no está a discusión. Los fanáticos republicanos arremeten, sugieren invadir México con drones, o peor, con el “Army” para “hacer la tarea que no puede o no quiere hacer el gobierno mexicano”. 

Blinken, como buen diplomático, asegura que la intervención no daría resultados. 

El fentanilo puede penetrar México como lo hizo la cocaína y las metanfetaminas. Su poder destructor de vidas y familias sería terrible. Con 50 veces la potencia de la heroína, agregaría dolor y desgracia a cientos de miles de familias. 

El gobierno de México debería acordar con el vecino caminos de cooperación y no de confrontación, lo dicta el sentido común. Si la retórica de enfrentamiento sigue, quien pierde son todos menos los cárteles. 

Ni Estados Unidos ni México ocupan un buen lugar en la escala de países seguros. El presidente López Obrador aseguró que México es más seguro que EE.UU. Sabemos que no es así porque lo vemos y vivimos. Buena parte de nuestro problema interno es la falta de coordinación y cooperación entre Guardia Nacional, policías estatales y municipales; igual, si no hay trabajo conjunto con EE.UU., la confrontación seguirá. 

La verdad duele en ambos países, molesta a políticos que culpan al otro y no reconocen  la propia responsabilidad. Al acercarse el 2024, tenemos que ser optimistas y no permitir que el enfrentamiento tenga lugar en nuestro futuro. Menos con nuestro principal cliente.

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