La enfermedad y el dolor son esa pareja hiriente que ha sido fiel acompañante del ser humano a lo largo de su historia. La palabra dolor proviene del latín “poena”, que se traduce a castigo, y paciente tiene su origen en “patior”, que se considera como aquél que soporta sufrimiento o dolor. Estos dos conceptos han sido objeto de estudio y narrativa desde la antigüedad y ya Homero en su obra “La Odisea”, hablaba de un medicamento que ”al tomarse con el vino, producía el olvido absoluto del dolor y de las penas” (se cree que era la borraja, una planta medicinal que era de utilidad para estos fines).
El dolor comienza en receptores celulares nerviosos que se encuentran diseminados por todo el cuerpo. Cuando usted enferma, se lastima o está ante alguna afrenta a su corporalidad, estos receptores envían mensajes a través de vías nerviosas hacia la médula espinal, la cual transporta esos mensajes al cerebro, desencadenando una señal que se considera como de alerta, peligro o atención. El dolor, que va desde algo “molesto” como un dolor de cabeza leve o jaqueca, hasta aquél referido como de sensación de muerte inminente o excruciante (como el que acompaña a un ataque al corazón o piedras en el riñón), puede clasificarse de acuerdo a su temporalidad, encuadrándolo en nuevo, agudo (que puede durar días o semanas) y el dolor crónico, que sobrepasa los 3 meses de duración en promedio.
Este último, el dolor crónico, a últimas fechas ha tomado reflectores puesto que es uno de los principales (y más costosos) problemas de salud pública en multitud de naciones y regiones, con consecuencias a nivel de pérdida de productividad, desgaste individual y social, temas de conflicto en atención por aseguramiento y multitud de procesos legales, que se reflejan en detrimento socioeconómico de los sujetos y poblaciones afectados.
Pasando por el dolor lumbar (una de las causas más frecuentes de limitación de actividad en población adulta y económicamente activa), el dolor por cáncer (en especial en etapas avanzadas), los dolores articulares por artritis y sus variantes, así como neuralgias o neuropatías, cada día se suman más usuarios requirentes de atención asistencial orientada a la mitigación del dolor.
El dolor crónico suele afectar a las personas de tal manera, que interfiere con su capacidad de trabajar, realizar actividad física o simplemente disfrutar la vida. Esto conduce a un círculo vicioso en el que el dolor origina la “triada terrible” de sufrimiento, tristeza y depresión, que originan una mayor condición dolorosa. Las personas con dolor crónico sufren, además de consecuencias personales en su estilo de vida, de una dependencia marcada de su núcleo familiar y social y estos últimos son también víctimas de esta situación lamentable.
Sin embargo, el dolor crónico a pesar de ser una condición clínica mayor, puede y debe ser tratado. Es imperativo un enfoque multidisciplinario para proveer las intervenciones necesarias para el manejo de este padecimiento y es necesario contar con (entre otros), servicios de ortopedia, anestesiología, algología, neurología y neurocirugía, oncología, psiquiatría, psicología, fisioterapia, enfermería, trabajo social, medicina laboral, así como infraestructura hospitalaria, áreas de rehabilitación y acceso oportuno y seguro a terapias farmacológicas para manejo del dolor.
Las políticas públicas en salud deben estar orientadas a atender lo anterior, entendiendo que los resultados no son mero fruto de “decretos” o sentencias de las autoridades públicas o sanitarias, sino consecuencias de planeación y ejecución sensatas, así como de financiamiento robusto. Al día de hoy, aprovechemos el envión circunstancial de este tema que es ahora de interés público y actuemos en consecuencia para aquellos que sufren y mucho. Es necesaria la acción de autoridades y la exigencia y participación de la sociedad civil, para dar atención a esta problemática de salud pública. Es tiempo.
Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre