No, no le temo a los silencios, no me representan un obstáculo mientras tenga tus ojos que me sigan hablando. Porque, los labios suelen ser mentirosos y los oídos mustios, no pueden cerrar los párpados de los que carecen y fingen no escuchar. Pero la mirada es sincera y no sabe ocultar, está educada en otra escuela en donde no hay fingimientos ni apariencias, se expresa lo que siente el corazón al que lo quiera mirar.

En el silencio he recorrido mis pasos desandando el camino, he traído las razones que creí válidas un tiempo y las he visto desbaratarse y volar hechas polvo perdiéndose en el ambiente, salir confundidas y perplejas dejándome las manos vacías. Y en esos viajes en retrospectiva, me he conocido más, he clausurado las veredas que me llevaban al barranco en donde muchas veces me sentí perdida, y he preferido seguir en el mirador, detenida del barandal de mi presente, viendo el lejano arcano, sin adentrarme de nuevo. 

En esos ratos de soledad, he soltado amarras y he tornado a mi océano, he llegado por esas aguas plateadas hasta el principio de mis recuerdos, hasta que vislumbré la orilla; mi inicio.  Entonces, revuelta en la espuma blanca, escuché esa voz que resonó como una ola más articulando mi nombre, y supe que había llegado al puerto del cual partí.

Y ahí, con mis pies anclados profundo en la arena, escuché a mi corazón con su palpitar incipiente y pequeño, que no por eso negaba la grandeza de la vida en cada latido. Sentí estar viviendo dos veces, escuchando ese sonido que sería mi transitar. Y, con la indulgencia de quien se ve y se reconoce en un espejo, me bastaron sólo unos instantes, los precisos para saber que estaba en un vientre, en el tuyo, en el tuyo.

Y en ese mundo que me dicen que no se puede recordar pero que se quedó grabado en mi piel, en los pliegues de mis brazos, entre mis dedos, en las líneas silenciosas de mis manos y pies acompañándome mientras exista, guiándome como un mapa o una carta de navegación.

No, no le temo a mis silencios, mi voz no me acusa ni me persigue, puedo fijar mis ojos sin bajar la mirada, disfruto mis horas calladas en mi compañía tranquila, me siento en paz, no he hecho mal a otros, ni deseo que les hagan lo que hicieron conmigo.

Yo agradezco a esas horas en las que he horado y rastreo en mis costas, porque descubro tesoros que ha traído Don mar,  desperdigándolos todo lo largo de la orilla para que los vaya encontrando, para que alegren mi caminar, para que acompañen mis pasos. 

Porque es en la paz de esas horas conmigo misma, en la contemplación de ese océano que inició para mí, cuando amortiguó mis movimientos sosteniéndome ingrávida en sus aguas, que mi barca cruzó segura la cresta de las olas y navegó bajo la luz de la luna. Y siguió la línea del horizonte en donde el mundo parece no tener divisiones, como un todo, como una misma cosa.

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