Hay muchas cosas que nunca comprendí, me tocaba acatar y observar, no podía hacer gran cosa; lo que representó una cotidianeidad molesta, fue la búsqueda de respuestas que siempre llegaron impuntuales y retrasadas. Ignoraba que era cuestión de tiempo, que hay cosas que sólo se comprenden cuando nos toca jugar ese papel en la vida, y para eso, se requería tiempo. 

La espera fue larga, mis dudas se gestaban siguiendo las fases de su proceso embrionario, aumentando su volumen, definiendo al detalle sus rasgos como entes vivientes. 
Muchas veces, causaban daño y su espera no me era placentera pues, escocían mi corazón  como las plantas venenosas cuyo tacto irrita la piel, me provocaban una sensación perenne de malestar que no podía explicar, ellas, se acomodaban incómodas en espera de ver la luz.
 
Yo era una simple observadora, mientras tanto, mis interrogantes recibían tus evasivas que se escabullían como aves al vuelo, monosílabos cortantes que me hacían suponer, que esos temas no se tocaban, que había que fingir que todo marchaba bien en esa normalidad  anómala, y que no pasaba nada. Sin embargo, comprendo, aún no estaba en posibilidad de hacer un juicio certero, no podía aún ver a plenitud; digamos que concedía el beneficio de la duda a tus acciones. 

A veces, caí en la trampa del absurdo y pensé que tus opiniones eran las más certeras, aunque me costaba acabar de aceptarlo, me hacía un efecto similar a ponerme un vestido apretado, o intentar acomodarme en una cajita invisible en la que no había espacio suficiente. Finalmente lo lograba, a base de contener la respiración, doblando mi entendimiento de manera grotesca  como un contorsionista que se adaptara a tus criterios torcidos. 

Hasta que llegó el día en que alcancé esa etapa en la que estabas tú, sólo que ya habías tomado la delantera. Y aunque sé que así funciona el tiempo, en mi interior guardé ese deseo de hablarte de tú por tú, sin tapujos y con franqueza, de manifestarte mis inconformidades. 

La tuya, sí, tu vida, ya estaba en otro punto del camino, porque las edades son así, sólo se contemplan en paralelo, aunque no corren al parejo como lo hacen los trenes, porque siempre se cuenta con el inconveniente del tiempo desfasado. Pero una vez llegando a la etapa que tanto esperé para tratar de comprenderte, me llené de decepción, pues comprendí en toda su magnitud, lo equivocada que estabas y lo injusto de tu proceder. Reprobé tus favoritismos y tu falta de inclusión, desdeñé tus decisiones frívolas de adulta, y me dio pena por ti, por tu mezquino y atrofiado amor que sólo dabas a cuentagotas.  
Desde ahí, descubrí que había múltiples ciegos voluntarios en los que no había reparado, me sorprendí de la abundante injusticia de los humanos, también, me sentí agradecida por haber salido ilesa, pues había vivido inserta en medio de una epidemia de invidentes que no lograron contagiarme. Tu iniquidad, se me rebeló negra, gigantesca, egoísta, imposible de ocultarla.  

Esta historia se repite, se escriben cuadernos con el empeño de dañar profundo. Las  respuestas finalmente vieron la luz, nacieron en medio de dolorosas contracciones, abrieron  sus ojos sólo para observar la inutilidad de tanto sin sentido, y contemplaron el sembradío de corazones pisoteados, arrancados con tus propias manos.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *