Trump bajando del avión.
Trump caminando en la corte.
Trump subiéndose a la camioneta.
Trump y su caravana seguidos por helicópteros.
Trump dando un discurso a sus simpatizantes a la hora de más audiencia.
Trump amenazando a un juez, a un fiscal y a candidatos potenciales a la presidencia.
Trump testificando en Nueva York sobre sus negocios.
Trump demandando a su antiguo abogado.
Trump escribiendo en redes sociales.
Todo Trump, todo el tiempo.
Como si hubiéramos regresado a la frenética campaña presidencial en el 2015 y 2016, ahora los periodistas estamos cometiendo muchos de los mismos errores. Le estamos dando tiempo y atención inusual a un hombre para quien nada es suficiente, y cuyo único interés parece ser él mismo. Y así como le abrimos, sin darnos cuenta, el camino a la Casa Blanca ahora, con plena conciencia, debemos resistirnos a cubrir todos y cada uno de sus caprichos.
En mis cuatro décadas en el periodismo nunca había visto a tantos reporteros cubrir a una sola persona como ocurrió recientemente en Nueva York en la presentación de 34 cargos por delitos graves contra el ex presidente de los Estados Unidos Donald Trump. Eran tres cuadras repletas de corresponsales, camarógrafos, productores, técnicos y camionetas de satélite. De hecho, parecía haber más periodistas que manifestantes en un evento a favor de Trump en la plaza frente al edificio de las cortes criminales de Nueva York.
Siguiendo la teoría de la falsa equivalencia, muchos reportan las criticas al expresidente pero también difunden varias de sus mentiras e insultos. Así se sostiene la figura pública de Trump; creando un universo paralelo de datos. El sigue insistiendo, por ejemplo, en que ganó las pasadas elecciones presidenciales del 2020. Esa es la llamada “gran mentira”. Pero para sus seguidores es una cuestión de fe.
Trump ha dividido a Estados Unidos.
Un 79 por ciento de los Republicanos rechaza las acusaciones criminales contra Trump, mientras que un 80 por ciento de los Demócratas las favorecen, de acuerdo con una encuesta reciente de la cadena conservadora FoxNews. Muy pocos políticos podrían mantenerse como candidatos presidenciales luego de que los vincularan con una actriz porno. (Trump niega cualquier relación.) Pero el ex presidente, lejos de autodestruirse, ha expandido su ventaja (54%) en las encuestas sobre el gobernador de la Florida, Ron DeSantis (24%).
Hace poco le pregunté al abogado criminalista, Robert Osuna, qué consejo le daría a Trump para su próxima presentación ante el juez. “Le diría que se calle la boca”, me dijo. “Pero no lo va a hacer. Es un cliente difícil. El no va a parar y eso no le va a ayudar”.
Efectivamente, Trump no se ha quedado callado. Antes de su imputación, Trump escribió en las redes sociales que sería “imposible” tener un juicio justo ante el juez Juan Merchan, quien “me odia”. Lo que Trump dijo sobre Merchan, quien nació en Colombia, es muy parecido a lo que dijo en contra de otro juez de origen latinoamericano en el 2016, Gonzalo Curiel. Trump llamó a Curiel “un odiador” y dijo que no le podría garantizar un juicio justo -en el caso de la Universidad Trump- debido a que era “hispano” y “mexicano”.
Lejos de mantener silencio, Trump ha aprovechado las acusaciones en su contra para recaudar millones de dólares en fondos de campaña. Pero el verdadero peligro es que sus palabras contra el fiscal de Nueva York, contra el juez, contra el sistema de justicia y la democracia de Estados Unidos provoquen inestabilidad en el país. En un comentario escrito en la madrugada en redes sociales, Trump amenazó con “muerte y destrucción potenciales” si él era acusado criminalmente.
Ya fue acusado y no pasó nada. Pero el verdadero peligro de sus palabras es que se repitan los hechos del 6 de enero del 2021 en el que varias personas murieron durante una insurrección contra el congreso en Washington. Esto ocurrió luego de un furioso discurso de Trump y hay una investigación en curso para ver si él incitó a esa violencia.
La verdadera amenaza de Trump no está en las acusaciones judiciales que ha recibido ni en las cuatro investigaciones que se le siguen. Su impacto más negativo ha sido el resquebrajar la confianza y certeza en un sistema democrático que lleva más de dos siglos. Durante todo ese tiempo los estadounidenses han confiado en que el ganador de la presidencia es quien obtiene más votos electorales. Pero Trump ha infiltrado la duda y la sospecha al no reconocer su contundente derrota en las elecciones del 2020. Recordemos: el presidente Joe Biden obtuvo 306 votos electorales contra solo 232 de Trump; y Biden consiguió más de 81 millones de votos individuales frente a más de 74 millones de Trump.
Los estadounidenses -y solo los estadounidenses- decidirán si quieren otra vez a Trump en la presidencia. Así es el juego democrático y siempre hay que aceptar sus resultados. Pero los periodistas también estamos obligados a informar y a cuestionar. Ese es nuestro trabajo. No transmitir ininterrumpidamente, sin filtros ni barreras, todo lo que quiere Trump.
Todo Trump, todo el tiempo, no es periodismo.