Medio en broma, medio en serio, un buen amigo historiador del derecho comentaba que la única guerra ganada por México era la Guerra Civil Española. Dada la calidad y cantidad de exiliados que recibió bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas y ante el escaso éxito del ejército nacional en el último siglo y medio, le doy toda la razón.
Por entonces, España era un país más poblado que México, con unos 26 millones de habitantes, de los cuales cerca de medio millón murió en el conflicto y otro tanto huyó en condiciones deplorables a través de la frontera francesa. De allí, tras su paso por el temible campo de refugiados de Saint-Cyprien, y como lo harían unos 20 a 25 mil compatriotas más, arribó a Veracruz, a mediados de 1939, el poeta Pedro Garfias. Su nombre, conocido hoy por muy pocos, hizo parte de la vanguardia poética de su país al ser uno de los creadores del movimiento ultraísta, además de haberse codeado con los principales exponentes de la Generación del 27. Garfias, al estilo de Miguel Hernández, defendió la República con armas y poesía. Vivió exiliado hasta su muerte, pues tras una vida seminómada a lo largo y ancho de México editando y recitando poemas, terminó sus días en la recóndita buhardilla de la librería Cosmos en Monterrey.
Fundada por Alfredo Gracia, otro exiliado republicano, la Cosmos es el punto de conexión de Garfias con María de Alva, quien teje una novela muy inteligente con la biografía del poeta y episodios autobiográficos literalmente cardiacos, pues ella padece de dextrocardia. A estos corazones, uno que apunta a la derecha desde su nacimiento, otro que a través de su militancia jamás abandonó la extrema izquierda, se suman los de mujeres intelectuales sepultadas por la dictadura de Franco: las Sinsombrero, una generación brillante que convivió en los años de libertad con los genios nacientes de Lorca, Alberti, Buñuel y Dalí, amigos a su vez de Pedro Garfias.
Tras una sólida investigación, De Alva nos presenta los pormenores de su vida y su poesía, sin exagerar la importancia de su trabajo o presentarlo como una víctima en búsqueda de reivindicación. Lo reconstruye desde la voz narrativa con el recuento de su juventud bohemia en Madrid, las penurias de la guerra, los sinsabores del exilio y el alcoholismo.
De Alva trae a nuestro presente ese pasado que no debemos olvidar y cuyas implicaciones en estos momentos de resurgimiento de viejos autoritarismos nos atañen a todos. La librería como refugio personal, cueva de las maravillas, del conocimiento, o como reducto de fantasmas pretexta el uso de la ficción para apuntalar la memoria en una época de fáciles y peligrosos extravíos.
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