Los juicios son tajantes, como los de un niño. No hay matiz. Solo el arranque de tirar a la basura el juguete que no le gusta al presidente. El INAI no merece una reforma: es un estorbo que debe ser arrojado al basurero. La gran transformación que se presume es un basurero retacado de instituciones. El INAI, dice el presidente, “no sirve para nada.” No ha hecho nada valioso, no ha contribuido a la transparencia, no ha aportado material para el trabajo de los periodistas. Gracias a ese instituto pudo documentarse la corrupción de antes y se documenta la de hoy. Gracias a ese instituto conocimos el gigantesco fraude de la estafa maestra, la multiplicación de las empresas fantasmas que enriquecieron a tantos gobernadores, el conflicto de interés que existía en la casa del presidente Peña Nieto. Es el INAI quien ha ordenado transparentar las escandalosas compras que hizo Segalmex en esta administración. Tendrá defectos, como toda institución, pero es absurdo desconocer la contribución de ese órgano a la vida democrática del país.
Al instituto de la transparencia y la privacidad toca en turno la invectiva a la que ya nos hemos habituado. Todo órgano que tenga una fuente propia de legitimidad, cualquier institución que se atreva a levantar la voz por mandato constitucional, toda dependencia que no lo reconozca como padre es enemigo. El presidente anuló a la Comisión Nacional de Derechos Humanos con un nombramiento que hace inservible como espacio autónomo. Contra el Instituto Nacional Electoral ha desplegado una estrategia compleja que lo ha debilitado, pero no lo deja muerto, como hubiera querido. Esa estrategia tuvo un frente retórico que pretendía minar la legitimidad del árbitro. Implicó también un golpe presupuestal significativo y dos intentos de reformas que buscaban el sometimiento y la debilidad del árbitro electoral. El destructor es tenaz.
Con el INAI se tantea otra vía para la anulación institucional: el abandono. El presidente no asume plenamente su función como Ejecutivo. Se imagina personaje de la historia, recreador de la nación, evangelizador, líder en campaña. No jefe de gobierno ni de Estado.
Por eso alienta que el INAI quede inhabilitado, objetando los nombramientos hechos por el Senado y enviando el mensaje de que convendría mantenerlo en la parálisis. El presidente, su gobierno y sus aliados pretenden sofocar las instituciones de la república. Puede el presidente desconfiar de los órganos autónomos. Provocar su parálisis es una cínica, más bien, otra cínica violación del orden constitucional. A través de su ministro del interior, el presidente convocó a la inhabilitación de un órgano previsto en la Constitución. El secretario de gobernación actúa abiertamente como conducto de la inconstitucionalidad presidencial.
Dice bien Fernando Escalante que el proyecto político lopezobradorista se caracteriza por la “renuncia a la ambición estatal”. Lo expone Escalante en un agudo ensayo que publica nexos de este mes. La personalización de la política imposibilita el asentamiento del mando en reglas, en instituciones. Lo que hemos vivido estos años es un intenso proceso de desinstitucionalización que dejará su marca durante muchos años. Eliminar, destruir, asfixiar, someter, violentar instituciones. A pesar de haber ganado el gobierno, a pesar de ejercer la mayoría, las instituciones siguen siendo el demonio. Son el gran estorbo. Más que el intento de transformarlas, el régimen se ha propuesto anularlas.
La política social se remplaza por el reparto de dinero en efectivo. El ejército absorbe amplísimas funciones administrativas. El gobierno pierde cuadros capacitados, recursos técnicos, presupuesto, apostando a la lealtad y al voluntarismo. La clase política, sigue, Escalante en el adelanto de un libro que publicará en coautoría con Antonio Azuela, tiene la función ornamental de una corte: solo miran al hombre del poder para aplaudirlo y reírse de sus chistes. Lo que atisba el sociólogo no es muy esperanzador. No es solamente el presidente quien se beneficia de la desinstitucionalización. A la clase política le conviene un clima de opacidad, árbitros débiles, burocracias incompetentes pero fieles y militares agradecidos. Caminamos, dice Fernando Escalante, hacia el orden de la mafia.