El Jueves Santo, cuando los católicos con motivo de las celebraciones de Semana Santa suelen visitar los Siete Altares, así como acudir por la tarde a la ceremonia simbólica de El Lavatorio de Pies, emulando lo que hizo Jesús a sus Apóstoles, desde las 9:30 de la mañana llegamos al Juzgado Penal y nos presentamos en la oficina de los Defensores Públicos, para en compañía del licenciado César Osorio Nieto, quien había actuado como defensor del señor Aréchiga, ir al Juzgado Décimo Séptimo penal para esperar el Auto de Término Constitucional.
Nos encaminamos al Juzgado y el licenciado Osorio ingresó a la Secretaría del Juzgado para preguntar por el proceso penal y el fallo, pero le contestaron que esperara un rato;  mientras estábamos en la sala de espera  y regresó con nosotros diciéndonos –Felicidades, se dictó auto de libertad en favor del señor Aréchiga por falta de elementos para procesar y ya se giró la boleta de -libertad-
Nos retiramos apresuradamente y fuimos otra vez al gran portón de entrada a Lecumberri, con sus guardias, su puerta menor y su ventanita como ya lo describí.
Ya en el módulo de ingresos preguntamos al guardia por la libertad del señor Enrique Aréchiga Solórzano y nos contestó que ya estaban preparando la documentación para su salida y el libro de registros – y si quiere mi Lic. nos damos más prisa con quinientos pesos- la señora Aréchiga cuando me volví a mirarla ya estaba sacando de su bolso dinero, me lo dio, fui y se lo entregué al guardia, mil pesos; el guardia oficial los recibió, abrió los ojos levantando las cejas y dijo – en 15 minutos licenciado-; luego escuchamos -¡Sale Enrique Aréchiga, sale Enrique Aréchiga!-
Después de breves momentos vimos a distancia que venía un guardia acompañando al señor Aréchiga, nos pusimos de pie y la señora Aréchiga corrió a su encuentro y lo recibió con un abrazo y un beso, me retiré algunos pasos volteando a otro lado discretamente para no importunarlos. 
Cuando pusimos los pies en la banqueta de la calle precisamente de Lecumberri, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, los tres respiramos profundamente como si necesitáramos aire puro; habíamos dejado atrás ese Palacio de Lecumberri donde también estuvieron internos personajes como William Burroughs, Goyo Cárdenas (estrangulador de Tacuba), Heberto Castillo, Juan Gabriel, Ramón Mercader (asesino de León Trotsky), David Alfaro Siqueiros, Francisco Guerrero “El Chalequero”, líderes estudiantiles de Tlatelolco 1968, Alberto Sicilia Falcón y Dwight Worker (cuyas fugas dieron lugar a novelas y hasta películas) y tantos otros cuya lista no necesito alargar para que los amables lectores comprendan la trascendencia o importancia de esta famosa penitenciaria.
Al lunes siguiente temprano había llegado la señora Aréchiga a mi departamento en la colonia Narvarte y sin que yo esperara, me entregó un sobre con más dinero del que yo preveía. Los invité a ella y su esposo a mi examen recepcional para el siguiente viernes.
Con el dinero que había recibido, vi que podría realizar un festejo mejor al que tenía previsto y mediante un amigo conseguí buen precio para cenar y realizar un ambientado convivio en los salones del entonces Círculo Cubano.
Llegó el día de mi examen, que duró casi tres horas, en donde afortunadamente fui aprobado por unanimidad de los cinco sinodales, en especial por el entonces licenciado Luis Fernández Doblado, futuro Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por el licenciado Eduardo López Betancourt, también futuro Procurador del Estado de Guerrero y por el licenciado Raúl Navarro García, Magistrado del Tribunal Superior de Justicia del D.F. y futuro presidente del mismo, entre otros. 
Como el sustentante suele ser colocado enfrente de los sinodales dando la espalda a los familiares y amigos asistentes, desconoce quiénes acudieron hasta que finaliza la etapa de los cuestionamientos, para deliberar algunos minutos sobre la decisión de los sinodales; hasta allí es cuando el sustentante puede voltear y ver el auditorio, entre los que identifiqué con mucho gusto a muchos amigos que desde León acudieron y a varios compañeros de mi generación y del trabajo, pero entre todos ellos alcancé a ver a la señora Aréchiga que había acudido sola. 
Durante el festejo pude bailar algunas piezas musicales con varias amigas y familiares, también con la señora Aréchiga y al preguntarle por su esposo me comentó que estaba indispuesto por la mala experiencia que había tenido. Sobra comentar que me sentí feliz de tener a tan bella y distinguida dama entre mis brazos y hasta llegué a imaginarme como Dustin Hoffman en la película “El Graduado”. 
Esta última Semana Santa de Lecumberri, si bien fue histórica por el cierre de este recinto carcelario, también para mí hasta la fecha representa una memorable experiencia. ¿Cómo olvidarla?

 

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