Leía la principal de Excélsior una y otra vez: “Adolescentes cometen más delitos graves”. El retrato es desgarrador.
Con frecuencia usamos la palabra sin aquilatar su peso: humanismo. Un humanista, sea esto lo que sea, viaja por la vida con un halo de protección. Sin duda ha habido seres humanos excepcionales que entregaron su vida a los otros. Los ejemplos más comunes son Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, Mandela, Martin Luther King, etc. Repetimos los nombres sin gran esfuerzo. Personas con empatía sin límites. Pero una construcción civilizatoria, no debe apostar a las excepciones que quizá surjan, uno en un millón. En México debe haber 130 casos notables. Hay que arrojarles luz, mostrar su comportamiento ejemplar. Pero ese no es el camino más eficiente o prometedor. De hecho puede ser engañoso.
El humanismo tiene conceptualmente hablando una larguísima historia: nace en la Antigüedad y sigue su marcha hoy. Cada vez que generamos un nuevo concepto para lograr mayor igualdad, mayor sensibilidad hacia una llaga en nuestra convivencia, mayor capacidad para entender el sufrimiento de los otros, seguimos esa tradición. Esos son los conceptos que debemos llevar a las aulas para que sean socializados, transmitidos y asumidos por los siempre nuevos seres que habrán de sustituirnos. Un verdadero maestro debe desear que sus alumnos lo superen humanamente, que sean mejores seres humanos. El aula debe ser un templo abierto al conocimiento, a la ciencia, a las nuevas discusiones sobre el comportamiento humano. La superación nunca acaba.
El cristianismo fue una fuente doctrinal de igualdad de los humanos, pero se llevó más de milenio y medio para que esa igualdad quedará plasmada en leyes. Recordemos que uno de los grandes logros de la Revolución Francesa fue el derecho ¡a la felicidad! Así los ritmos. La lucha por la igualdad de derechos entre mujeres y varones lleva dos siglos, y sigue siendo un anhelo incumplido. Qué decir de la domesticación de la violencia, su acotamiento jurídico y en la realidad. Y claro, surgen nuevos términos, violencia intrafamiliar que no hace mucho era un tabú, revictimización, discriminación de las minorías en todas sus expresiones. Pero las cifras muestran que en el aula sólo se transmiten una porción de esos valores. Esto cambia de sociedad en sociedad, dependiendo de su nivel de desarrollo, de urbanización, del espacio que ocupen los medios en la vida cotidiana y otros. El hogar y el comportamiento social son la gran escuela.
En México en los últimos años ha habido retrocesos en varios factores civilizatorios. El desprecio por la ciencia; la violencia sin límites, la familia acribillada en Tamaulipas; niños y mujeres asesinados; fosas clandestinas que se multiplican; la marcha del maltrato a los migrantes con su coronación en el horror de Ciudad Juárez; zoológicos privados donde se cultiva el sufrimiento animal; desabasto de medicinas; 700 mil muertes por COVID, muchas de ellas por negligencia; más de 110 mil desapariciones; destrucción inmisericorde del medio ambiente; agresiones, insultos, ofensas como algo cotidiano; el veneno como instrumento político; los dardos mortales de las redes sociales; la lista no tiene fin. Este diario reportó hace unos días un acto de miseria humana: “Le sacan los ojos a can Zeus”. La degradación no es exclusiva de México. En Brasil surgió un premió a la mujer “más fea”, recibió 220 dólares, por la “distinción”.
Un asunto muy doloroso -inhumano- es el desdén hacia la niñez, generaciones condenadas al riesgo de padecer poliomielitis y sarampión; niños sordomudos que pudieron haber sido tratados con implantes cocleares, cuya importación suspendió la autoridad. Qué decir del descuido de la salud mental. Se calcula que 15 % de la población adulta vive algún infierno, sólo 3 % recibe tratamiento. No hay medicamentos. Los adolescentes violadores aumentaron 10 % en cinco años, 2 % por año. Son el presente y futuro.
¿Algo de qué asombrarse?