Sentados a la mesa platicamos, nos planteamos incógnitas que nunca encontraron respuesta ni razón. Se nos hace difícil de entender tantas acciones que dejaron la maldad al desnudo, y ante esa realidad que se nos mostró en toda su magnitud, como un monstruo marino que hubiera arrastrado la marea, esta mañana lo contemplamos atentos. Lo observamos, contamos los tentáculos del kraken, de esa criatura que no admitíamos su existencia cerca de la nuestra, hasta que la sorprendimos encubierta y tan próxima.

Pensábamos que pertenecía a la mitología, que espiaba a los barcos tras una roca y se escondía tras un manto de espuma, en esos mares distantes, azules y profundos del otro lado del planeta, tan, pero tan lejos de nuestras vidas, que no nos preocupaba su cercanía. Pero  ahora, observantes en la cocina, la analizamos, sorprendidos de su fealdad, descubrimos el veneno de sus ventosas, diseccionamos la viscosidad de su piel, y nos detenemos en sus ojos negros que son el reflejo del odio absoluto. Cavernas profundas, que de adentrarnos en ellas, nos llevarían a la raíz del mal, a lo más profundo del averno. Por eso nos detenemos ahí, en el umbral. Ni un paso más, detente.

De acuerdo, no es novedad, sabemos de tiempo atrás de su existencia, sin embargo, si tenías duda y creías que tu espécimen era medio bueno, te equivocaste. Siento decepcionarte, pero es en su totalidad un organismo íntegro, perfeccionado y completo en su  maldad. 

Y ya que hablamos de estos seres, y de su falta de empatía hacia los demás que no sean ellos mismos, coincidimos los dos, que está en la naturaleza de estos krakens, engullirte y asfixiarte  en vez de darte un abrazo fraterno. Y que si acaso tuvieras la desgracia de su cercanía, dejarían un remedo de ti, una funda de piel. Te vaciaría por entero y te desecharían después de dejarte hueco y haber obtenido el mayor beneficio, y  con toda seguridad, se sonreirían con sus dientes chuecos porque no puede proferir una sonrisa franca. 

¿Cuál es más malo, el que te tocó a ti, o el mío? Te pregunto. Después de varios argumentos, coincidimos que son igual de letales, el mal es mal, aunque lo vistan de flores. 

Nuestras opciones de vida, nos presentan en una senda, vienen incluidos en nuestra libertad, y está en nuestro libre albedrio alimentar la fiera o mantenerla atada. Porque una vez libre, crece como las enredaderas hasta atrapar el corazón. En su caso, no  es que no lo tengan, solo que está cubierto bajo capas y capas de envidias viejas, como cáscaras de pintura se engrosaron a manera de corteza, y para quitarla, tendrías que armarte de una espátula de hierro, tan fuerte y resistente que pudiera a golpe de cincel arrancar la discordia. 

Dejamos a esos engendros enfrentados demostrándose uno al otro cuál es el más malo, alardeando como tanto les gusta hacer. Concluimos en nuestra plática mañanera, que cada quien decide si permite que esas criaturas crezcan y ser engullidos por ellas, o dejarlos en ayuno padeciendo inanición. Cada quien.

Dicen que viven en las aguas azules, tan hondas y violentas que puede medirse en kilómetros su profundidad, que hace tiempo acechan inútilmente nuestros navíos, que ya no surcan sus aguas, porque nosotros, preferimos los mares calmos, donde es un decreto que los krakens tienen prohibido el paso y podemos nadar tranquilos.

 

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