Improbables muchos de ellos, impredecibles la gran mayoría, inexpugnables todos. Así es el comportamiento de los desastres de origen natural y su impacto en los sistemas sanitarios suele ser brutal.

La Organización Mundial de la Salud ha enfatizado a sus estados miembros, el estar preparados en todos los sectores de sus sistemas de salud (en especial aquellos de atención primaria) para atender situaciones de desastre, pues lo anterior es la única garantía de que pueda mantenerse la continuidad de la prestación de servicios clínicos y atender a las poblaciones vulnerables en tiempos de crisis.

En emergencias o desastres, las vidas y el bienestar de las poblaciones afectadas deben ser protegidos. La anticipación es fundamental y la atención a los primeros momentos al surgir la emergencia son esenciales para salvaguardar al mayor número de individuos. Parte de lo anterior, es la habilidad que tienen los servicios de salud para ser proporcionados al mantener activos infraestructura y otros recursos críticos sin interrupciones. Esto, que si bien suena simple, es una tarea compleja que ha de mantenerse, pues es crucial para la definición incluso de vida o muerte de las personas afectadas. Diversos organismos marcan como objetivo para las naciones el “reducir o prevenir daños sustantivos a infraestructura crítica y la disrupción de servicios básicos (entre ellos los sanitarios) y hacer resilientes a los elementos básicos de atención primaria de las poblaciones”.

Lo anterior se expresa de manera más puntual en la indicación de mantener intactos, accesibles, funcionales y a su máxima capacidad, esos recursos tal y como estaban antes del desastre, manteniendo la infraestructura (al hacerla resistente a multitud de afrentas naturales y originadas por el hombre), salvaguardando medicamentos y equipo médico que es esencial, garantizando agua, alimentos o electricidad (por citar algunos ejemplos) para las poblaciones afectadas, resguardando vías de comunicación y transporte y manteniendo activos y seguros al personal médico o clínico para la atención de los más necesitados.

La integridad poblacional se mantendrá únicamente si existe un verdadero liderazgo por parte de las autoridades de gobierno y con el diseño e implementación de políticas públicas respecto a la atención de desastres y crisis. Lo anterior es lo que mantendrá funcionales y eficientes la prestación de servicios asistenciales, la continuidad de la atención, la integración de los servicios de salud, la participación de las comunidades y de las propias familias e individuos. De igual manera la información en salud y la dotación de herramientas de ponderación de riesgo, es lo que permite a las poblaciones establecer e implementar sus propios planes de respuesta ante emergencias.

El tener objetivos claros ante los desastres, es lo que mantiene la cohesión de las fuerzas asistenciales médicas y clínicas, integrando verdaderamente a equipos multidisciplinarios de atención, los cuales, al tener capacitación continua y capacidad de anticipación, pueden atender a las personas en peligro y mantenerse a ellos mismos a salvo.

De igual manera, el aseguramiento de productos, insumos y tecnología, bajo un mecanismo de financiamiento robusto, es lo que dará herramientas a los prestadores de servicios para la atención de las personas afectadas.

Debemos tener un frente sólido, es decir, capacidad de reacción. La preparación de nuestro sistema de salud para desastres es fundamental. Que los destellos, fumarolas y la lluvia de cenizas llamen la atención para reforzar los mecanismos de preparación y anticipación, para potenciales crisis sanitarias generadas por desastres. Es tiempo.

 

Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre   

 

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