Una generación de políticos carismáticos ha logrado convencer a los ciudadanos de cambiar la parte del cuerpo desde la que emiten su voto: mudar del cerebro al hígado. Ha probado ser un éxito.

Este domingo, Turquía no votó desde la razón. Reeligió a un presidente necio y autoritario que, a fuerza de llevar la contra a todo el mundo durante la pandemia, hundió a su país en una inflación de 75 % y una devaluación de 150 %. En su campaña política anterior, Recep Tayyip Erdogan tuvo como promesa central acabar con la corrupción de los constructores. En los terremotos de febrero miles de edificios se cayeron y murieron más de 50 mil personas. Quedó claro que su promesa fracasó. No obstante, ganó la segunda vuelta electoral con alrededor del 53 % de los votos.

¿Cómo es posible que Donald Trump aparezca en empate técnico en las encuestas presidenciales de Estados Unidos? Se probó que quiso dar un golpe de Estado, se probó que su reclamo de fraude electoral fue una mentira de principio a fin, se probó que su promesa del muro fue un fiasco para desviar dinero, se probó su historial de empresario defraudador fiscal y, peor aún, violentador de mujeres. Esto no sólo en los medios de comunicación, también en tribunales. Trump ha conseguido que los estadounidenses no voten con el cerebro, sino con el hígado. Que dejen de creer en los datos duros, que se tapen los ojos ante las evidencias, y sean otros los resortes que los lleven a las urnas: un sentido de pertenencia con el movimiento que encabeza, de que él los representa y sólo él se preocupa por ellos.

Esa misma mudanza ha planteado con éxito el presidente López Obrador, apoyado por la enorme maquinaria de propaganda del Estado. Él sabe que el debate de los argumentos lo tiene perdido. Que el contraste de los datos lo arrincona. Prometió acabar con la corrupción y hay hasta en su familia. Prometió acabar con la violencia y la semana pasada ya fue oficial que estamos en el sexenio con más asesinatos de la historia. Dejó al país sin gasolina y sin medicinas. A millones sin servicios de salud. Y sus “grandes obras”, como se le advirtió, están saliendo el doble de caras y no han funcionado. Ha mentido sin cesar y ha quedado abiertamente evidenciado como mentiroso. Incluso se ha probado que la gente que recibe dinero directamente del gobierno por los programas sociales está peor que antes porque está teniendo que pagar cosas que antes le llegaban gratis o más baratas: medicinas, comida, servicios de salud, etc. Pero AMLO tiene el debate de las emociones ampliamente ganado. Muchísima gente le cree sólo porque lo dice él, aunque no sea cierto.

Y tapa ojos y oídos ante las evidencias porque prefieren lo que AMLO les hace sentir, él los representa y eso no es menor.

Estos personajes han logrado mantener una base electoral que les permite prácticamente poder hacer lo que sea y seguir ganando elecciones. Polarizan con temas estratégicos para mantener a esa base defendiéndolos con todo, sin importar que exista otro extremo. Sus opositores políticos suelen caer en la trampa y los dejan marcar agenda, atizar la polarización y no cambiar las preferencias. Ellos, felices en su zona de confort. Sus rivales deben aprender: no se trata de quejarse de las decisiones de los votantes y fustigarlos, sino de desarmar el cuento de los mentirosos.

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