Podría haber continuado con los brazos cerrados sin esperar nuevos arribos, francamente la idea de conocer otras personas y por consiguiente nuevas decepciones, me hacía guardar mi distancia de rescate. Pero la vida suele no pedir mis opiniones y me trae cosas nuevas porque sabe, que en el fondo de mí las estoy solicitando. 

Los rumbos que tomamos son así, el destino a veces, ata o desata, separa o trae justo a la entrada de mi puerta regalos enigmáticos, entreteje los destinos como cintas de colores que se trenzaran en el viento y ondearan con alegría danzando en el aire. Entonces, decido abrir mi corazón y acepto la posibilidad de conocer personas nuevas dejando en entredicho mis decisiones.

Y es que yo, como parte del mundo en constante transformación, no puedo estacionarme en el camino, de la misma forma me renuevo como la tierra que permeara con la lluvia, que sin esperar tiempos ni cosechas, germinara mis semillas escondidas. Estoy dentro de este universo sin fin, pude ser parte de los otros reinos o no existir. Estoy.  

Podría seguir mi puerta cerrada, pero se abrió con el viento y arrasó con fuerza todos los pequeños mundos que giraban invisibles en el aire. Sí,  son tan pero tan diminutos que se ocultaban a mí vista hasta que los descubrió el sol, girando con una armonía precisa, suspendidos entre sus rayos tornasolados, viviendo como lo hago yo.

Podría decirte que con lo que tenía era suficiente y bastaba, neciamente seguir negando la opción de apertura de mi vida a nuevas personas, pero ya no pienso así, he comprendido que los encuentros se permiten porque somos seres inacabados, nuestras piezas se encuentran en otras manos, así como nosotros traemos las suyas. Estamos pues, forzados  irremediablemente al intercambio.  

Podría decirte sus nombres,  descubrirte su talla y su estatura o hablarte de su sonrisa franca. Me aventuraría describiéndote sus facciones o el tono de su voz, pero me detengo en lo esencial y decido hablarte de sus ojos que dejan ver sus almas relucientes como fuegos fatuos, ventanas que me abrieron otro horizonte, espejos en los que me reflejé. 

Mis personas nuevas son gotas de lluvia que resonaron en mi tejado, que repiquetearon   hasta hacerlo relucir, son un hallazgo de mi harnero que aprisioné en mi bolsillo dentro de mí puño con ambición. Ahora, las protejo con cariño, con celo y  cuidado extremo, porque suman a mi vida y tienen la facultad de seguirme completando.

A veces he hablado de monstruos marinos, de calamares violentos, de medusas mustias repletas de veneno, pero hoy, quiero hablarte de ellas, de las perlas dentro de las ostras a gran profundidad, que también habitan los océanos, mas esconden su grandeza con sencillez, porque en el mar como en tierra firme también existe la ley de compensación.
 

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