Todas sentadas alrededor de la mesa miraban la proyección en la pared, seguían mis palabras con interés, esperando, como si presintieran algo que se les escapaba, pero que estaba presente en mí, probablemente en mi sonrisa, en el brillo de mis ojos o en mis manos que tenían su lenguaje alterno a mis labios, y sin yo saberlo, contaban una historia nueva de un lugar donde no deja de brillar el sol.

Hubo un tiempo, un lejano día, en que la mente o el corazón se cerraron al cambio, y llenos de tristeza y decepción por decisión propia se envolvieron en las profundas capas de sus decepciones, y lanzaron las llaves al precipicio más hondo, ahí donde parecía que se veía el centro de la tierra rugiendo como un dragón herido.   

Era más seguro así, era incuestionable. No existiendo éstas, la puerta continuaría cerrada, tapiada muy probablemente con el tiempo, pero ¿no era acaso mejor así? Había una cuestión, un imponderable que no fue previsto: ese rencor y  tristeza encerrados, comenzaron a echar raíces, como gérmenes del mal extendieron sus raíces cuando lo esperado era su inmovilidad y su silencio. 

Las sentían, ya lo creo que sí, evolucionando, ganando cuerpo con la fuerza obtenida de su sangre, cigotos que mutaron y flotaban vivos como peces abisales en sus corazones, en sus pensamientos. Ellas sabían que el asunto de las llaves había sido un error, doblemente el haberlas arrojado al fuego de su impotencia, en la desesperación de esos días en los que toda palabra era inoperante, insuficiente.  

Pero es improbable ventilar un corazón con solo desearlo, necesitábamos abrirlo de una vez por todas. Probablemente, pensé, se tratara de una llave plana de seguridad de esas que tienen hendiduras, o de esas que tienen cuatro costados. También consideré la posibilidad que fuera un cerrojo antiguo como los de los roperos. Había una gran variedad como tipos de personas, pero el objetivo era el mismo: Sí, ¡abrir, abrir, abrir, liberar! Dejar entrar la luz, renovar ese aire viciado que sofoca y envenena. 

Les mostré mi cofre repleto de llaves, las insté a probar cuál de ellas podría funcionar, les expliqué este acto simbólico que permitiría volver a abrir sus puertas. Les expliqué que el cambio se había operado, que ellas no volverían a ser las mismas, habían crecido en experiencia, en fuerza interna y  estaban listas. Me vieron ilusionadas, y temerosas, de una por una, las miraban relucir en el cofre,  indecisas no se atrevían a dar el primer paso.  

-Pueden probarlas sin pena, con toda seguridad encontrarán la correcta. Aceptaron, primero con timidez, luego con decisión, porque sabían que había llegado el tiempo y no admitían más dilaciones.  Experimentaron por años la pesadez de los grilletes, querían liberar ese rencor enclaustrado que las emponzoñaba, ya no lo querían más. Hurgaron en el cofre, decidieron, optaron por alguna de ellas.

Laura había puesto una melodía que hablaba de mujeres valientes, seres alados que remontaron el mar y llegaron a costas nuevas, a playas inexploradas, ellas con sus ojos cerrados, abrieron sus cerraduras.

Para muchos, será controvertido este asunto de las llaves, y criticarán con toda seguridad como siempre. Ya no me importa.

Solamente me quedaron algunas dudas: No podría precisar si lo que vi en sus rostros, fueron  diamantes líquidos o simples gotas de mar, lo que sí sé es que los goznes giraron a pesar de estar enmohecidos y les dieron libertad. 

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