XII domingo del tiempo ordinario
El domingo pasado, Jesús instruyó a sus apóstoles: “Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos”. Ahora, en continuidad, les hace una advertencia: “Los envío como ovejas en medio de lobos”. 

Esa es la realidad del mundo, el contexto social al cual se enfrentan los apóstoles. Pero ya sabemos que para las tareas de Dios no basta entender una problemática, sino que, además del contenido y la tarea, también es fundamental tener claridad en el sostén que Dios mismo da a los suyos. Por eso, les dice: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt. 10, 26.28). Si los pajarillos viven bajo la Providencia divina, cuánto más el hombre, que es el ser predilecto de Dios (Mt. 10, 26.28).

Los apóstoles son enviados a anunciar la cercanía del Reino de los Cielos, pero la presencia del Reino exige cambios. No podemos disfrutar de las bondades divinas sin remover desde lo más profundo del corazón todo lo que nos ata desordenadamente. 

El Reino exige cambios, pero los cambios siempre encuentran resistencia, pues el ser humano se acostumbra a vivir y a contentarse con lo que de momento le ofrece satisfacciones. En ese sentido, al hablar Jesús de los lobos, a los cuales se deben enfrentar los discípulos, no se refiere sólo a la maldad de los hombres quienes físicamente les puedan provocar algún daño, sino también, y en primer lugar, a esos ruidos equivocados que poco a poco pueden apoderarse de lo más profundo del corazón al grado de paralizarlo o confundirlo.

El discípulo, así como todo el que busca seguir el camino de Cristo, debe ser consciente de que asume la dinámica del Reino de Dios, no por sus propias fuerzas o capacidades, sino bajo la confianza y asistencia de Dios. Por eso, la afirmación de Jesús: “No tengan miedo”.
No tengan miedo a creer, a cambiar y a confiar en Dios. No tengan miedo de que los demás se den cuenta de que creen en la grandeza del Reino. 

“Quien no me niegue delante los hombres, yo tampoco lo negaré delante de mi Padre celestial, pero quien me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre” (Mt. 10, 32).

¡No tengan miedo! Con estas palabras abrió San Juan Pablo II su pontificado. ¡No tengan miedo de abrir de par en par las puertas del corazón a Cristo! Se trata de una expresión, de un grito lleno de esperanza, capaz de revolucionar al mundo, también en esta época contemporánea. La confianza en Jesús, hizo que los discípulos se enfrentaran al mundo con la decisión que sólo Dios puede dar. De ahí partió la revolución humana más profunda que se puede contar en la historia. 

Por eso, con gran claridad y valentía, un día Pablo proclamaría que todos somos hijos de Dios y que, por tanto, ya no hay distinción entre judío y no judío, entre esclavo y libre, entre hombre y mujer. Si la confianza en Dios permitió a los Apóstoles revolucionar el mundo, por qué hoy no habría de ser posible; por eso, el grito esperanzador de Juan Pablo II haciendo eco al Evangelio: “No tengan miedo”.

La Buena Nueva del Reino, nos invita a no tener miedo a enfrentar las angustias y los miedos a los monstruos que el mismo hombre ha creado: la guerra, la cultura de la muerte, la frivolidad, la pérdida de la dignidad humana, la banalización de la realidad… Necesitamos vida nueva y eso sólo lo puede dar Cristo. No tengamos miedo a desinstalarnos de los modos de vida, a veces, ya tan hechos, pero con poco compromiso y con poca trascendencia. 

No tengamos miedo de ser la savia nueva en medio de las estructuras de corrupción y de exclusión que generan nuevas expresiones de esclavitud y de pobreza. No tengamos miedo a dejarnos amar y cuestionar por Dios. No tengamos miedo a amar lo que somos y lo que hacemos. ¡Que convencidos de que en Jesús tenemos la máxima garantía, enfrentemos a diario las tareas de la vida con confianza y decisión!

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *