Antes que nada, una aclaración para los amables lectores, si bien el título de esta entrega hace referencia a aquella película exitosa del mismo nombre con el histrión Peter Sellers, no tiene nada que ver con el tema de hoy; no obstante, sí se refiere a una fiesta que celebré hace ya 50 años, allá en la CDMX que paso a relatar.
1.- Llegada al departamento 
Corría el año de 1972 y por fin, en el mes de abril logramos mi hermano Francisco y su servidor dejar aquella casa de huéspedes de la colonia Verónica Anzures, donde sucedieron los hechos de la historia “Crimen en la Casa de Huéspedes”, (“Reflexiones durante la Pandemia 2020”. Editorial Meridiano 2022. Págs. 101) que narré. Otro amigo oriundo de León también, Antonio Rojas Reyes, llegó a la Ciudad de México a radicar y a estudiar la carrera de Derecho a la UNAM y ya había logrado colocarse en la Secretaría del Trabajo y Previsión Social con el licenciado Agustín Alanís Fuentes, un político muy zorro que habíamos conocido aquí en 1969 y 1970, cuando estuvo de subdelegado del PRI, para impulsar la campaña de Luis Echeverría para Presidente.
Antonio Rojas recibió de un tío oriundo de Silao, un departamento en renta, ubicado en la calle Romero de Terreros # 1311 esquina con avenida Cuauhtémoc, en la colonia Narvarte, en la planta baja, con dos recámaras, una muy amplia y una más chica, cocina y un baño completo, así como dos patios como pozos de luz; y nos invitó a que lo compartiéramos, cubriendo la mitad de los gastos en general. Así lo aceptamos y como no contábamos con ningún mueble más que nuestra ropa, libros, un radio de transistores y un tocadiscos eléctrico, tipo maleta de viaje con dos bocinas a los lados y algunos discos, pues tuvimos que ir ese fin de semana a comprar lo más elemental para acomodarnos, no recuerdo si fue en la Tienda Viana o en Hermanos Vázquez en Buenavista, unas camas individuales con un buró en medio para mi hermano y yo; Toño Rojas se compró una recamara completa con cama matrimonial, dos burós una lámpara y un ropero grande con luna y cajoneras, porque el departamento no tenía closets; nosotros colocamos unos cables de alambre gruesos en diagonal en la esquina de las paredes, a los lados de las camas y allí colgamos la ropa mientras comprábamos un ropero. 
De sala, comedor, escritorio y otros enseres ni hablar; la cocina ya contaba con una estufa y mobiliario para despensa y utensilios, faltaba un refrigerador que compramos en el siguiente fin de semana. Luego mi hermano Francisco compró una TV a color chica, de unas 19 o 20 pulgadas y una mesita para colocarla encima y la pusimos en medio de las dos camas, en frente, a un lado de la puerta que accedía al patio trasero. Eso fue todo.
2.- Preparativos para fiesta de cumpleaños
Ya a fines del mes de mayo, contábamos con utensilios de cocina, una mesa con cuatro sillas a manera de antecomedor dentro de la misma, pero la sala-comedor estaba totalmente vacía, solo mi tocadiscos y varios discos LP y EP en el suelo.
Se acercaba mi cumpleaños para el día 7 de junio, por ello me dijo mi hermano Francisco, “ya tenemos departamento, ahora sí podremos hacer una fiesta y festejar, ¿cómo ves si empezamos con tu cumpleaños?”. Le contesté, “¿estás loco? No tenemos nada de muebles ni dónde sentarnos y cómo recibiríamos a los invitados y el gasto para las bebidas y bocadillos sería también otro problema”.
Esta situación la platiqué con algunos compañeros de la facultad de Derecho que nos juntábamos a diario y convivíamos, tales como Guillermo Campos, Luis Figueroa, Froylán López Sánchez, Carlos Pérez Chow y Mario Ocampo, entre otros. Uno de ellos, quien ahora es mi compadre, el licenciado Froylán López Sánchez, a modo de ocurrencia y con cierta ironía, propuso una solución inusitada, peculiar, pero que resultó una genialidad, muy original y exitosa. La próxima semana se las cuento.

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