El presidente no sabe callar. No se da cuenta que sus palabras lastiman su causa. Durante un buen tiempo flotó en su discurso. Sus distracciones eran efectivas, dirigía la atención del público a donde le convenía. Los asuntos se discutían en sus términos. Pero ahora, ante la aparición de un liderazgo opositor, el presidente pierde el control del relato público. El presidente promueve a su antagonista. La opositora monta la ola que su enemigo levanta todas las mañanas desde Palacio Nacional. 

El presidente le niega cualquier mérito, la llama títere de los ricos, desprecia su esfuerzo, insinúa corrupción en sus empresas. A decir verdad, los ataques calan poco porque no tienen filo de novedad ni de pertinencia. No son críticas frescas ni mucho menos certeras. Hemos oído la cantaleta ya durante muchos años. Todos quienes toman un camino propio son lo mismo: enemigos del pueblo, corruptos al servicio de un par de malvados. El ataque es siempre idéntico, aunque en este caso se tope con un personaje que hace estallar sus prejuicios. Para que el ataque lastime debe embonar de alguna forma con la realidad, debe nombrar la lacra con alguna precisión. Pero el dogmático no puede más que repetirse. Cierra los ojos y dice lo mismo. Aunque la realidad cambie, su discurso sigue siendo el mismo. Xóchitl Gálvez no es el monigote que el régimen quisiera presentar como cara de la oposición. Ahí radica su fuerza. Pero el discurso del poder, en lugar de cuestionarla por sus ángulos débiles, repite sus consignas. Una corrupta que es instrumento de los privilegiados. El ataque desde el Palacio es repetido por todos los fieles, pero difícilmente puede convencer a quien tenga un pie fuera del templo. La propaganda del caricaturismo oficial hace mofa de la pobreza; los intelectuales amlólatras la condenan como una clasemediera que no proviene del pueblo profundo y bueno. 

Pero si el golpe patina, el reflejo acierta. La senadora ha sabido reaccionar con extraordinaria agilidad a las provocaciones presidenciales. No es la primera que recibe su odio. Intelectuales, periodistas, viejos políticos han sentido durante años, su inquina. Gálvez es una de las pocas personas que ha sabido responder con firmeza y gracia a los golpes del polarizador. Algunos han elegido permanecer callados, otros han respondido con enjundia. Hay quienes lo arremedan en sus rencores. Ninguna de esas estrategias ha funcionado. Gálvez es el primer personaje público de los últimos años que ha sabido responder con agilidad y reciedumbre a las ofensas del presidente. No ha esperado un segundo para contestar a los infundios y las agresiones. Si algo ha demostrado la hidalguense son reflejos. Reflejos que no solamente muestran velocidad y soltura, sino también libertad de acción. Gálvez no es pieza de un aparato partidista, no es una acartonada y no es tampoco una pieza que alguien más mueve en el tablero. En la velocidad de sus respuestas, en la naturalidad de sus reacciones se muestra que el ninguneo presidencial es hueco. Ya sabemos lo que es un maniquí como presidente. Un hombre que podía retratar bien y repetir un par de líneas de un instructivo que sus asesores le preparaban. Xóchitl Gálvez no es muñeco en el guiñol de los oligarcas. 

Gálvez no ha dejado pasar un solo golpe sin respuesta. Ha defendido su historia personal de las burlas clasistas y misóginas del oficialismo, ha expuesto sus razones para incorporarse al servicio público y sus orgullos al frente de la política indigenista del gobierno de Fox, ha expuesto las razones de su éxito empresarial. El tono en que lo ha hecho es refrescante porque combina firmeza y gracia. El aplomo con el que Gálvez se planta ante el odio y las mentiras del presidente no le quitan la sonrisa. No replica a la polarización con polarización, no imita los odios, no se escapa con divagaciones ideológicas. Reconoce méritos en el gobierno actual, admira funcionarios de este gobierno, coincide en su denuncia original. Si pudiera adivinarse una propuesta en sus intervenciones recientes sería la aparición de un centro dialogante. La ingeniera ofrece sensatez, ingenio y buen humor. Con soltura esquiva el ataque y exhibe las incongruencias del oficialismo. Se ve que, por lo pronto, la está pasando bien.

 

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