La inmigración es uno de esos temas que dividen y causan peleas en Estados Unidos. Es curioso que un país en donde casi todos somos inmigrantes o descendientes de familias inmigrantes, todavía no haya hecho las paces consigo mismo. El debate casi siempre es entre nosotros contra ellos. (Y ellos, por supuesto, son los recién llegados).
Uno supondría que un país con tantos inmigrantes somos más de 44 millones, o el 13.7 por ciento de la población- y más de dos siglos de migraciones masivas ya sabría qué hacer con los extranjeros. Pero no. Este país se vuelve un ocho cada vez que se pone a discutir qué hacer con los nuevos inmigrantes. Y con los resultados de las pasadas elecciones congresionales, ya sabemos lo que nos espera: más parálisis.
Uno de los pocos que sí sabía qué hacer era Romano Mazzoli, el congresista que murió hace poco. Desde que se hizo cargo del subcomité de inmigración en la cámara de representantes en 1980, Mazzoli no paró de buscar alianzas con los Republicanos para conseguir una reforma migratoria. Encontró un gran aliado en el senador Republicano, Alan Simpson, y tras múltiples derrotas legislativas los dos lograron que el entonces presidente Ronald Reagan firmará una nueva ley migratoria en 1986. Fue un gran triunfo. Más de 3 millones de indocumentados fueron legalizados con esa iniciativa.
Pero ese fue el último cambio importante en las leyes migratorias. Desde entonces casi nada ha pasado. El presidente Barack Obama creó el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, o DACA, en el 2012 – un programa para proteger de la deportación a casi un millón de jóvenes que entraron ilegalmente a Estados Unidos – pero actualmente está siendo cuestionado y atacado en las cortes. El programa tiene un futuro incierto. Y la situación de más de 10 millones de indocumentados también.
¿Por qué no se ha podido aprobar una nueva ley migratoria en Estados Unidos desde 1986? La respuesta más obvia es que los dos partidos no se han podido poner de acuerdo: los Demócratas quieren legalizar a millones, y los Republicanos quieren ver una frontera más segura. Pero hay más.
“Yo creo que nos falta voluntad de nuestra comunidad”, me dijo en una entrevista el excongresista Luis Gutiérrez, uno de los más visibles y persistentes líderes latinos. “No veo el coraje. No veo la indignación. No veo el empuje, me dijo. “Estamos creciendo en número – a 62 millones (de latinos) – pero no estamos creciendo el poder; no estamos utilizando nuestro poder y levantando nuestra voz.”
Lo cierto es que no hemos logrado – como quedó demostrado en la pasada elección – que la legalización de millones de personas esté siempre en la agenda de los políticos de ambos partidos. Esto a pesar de que un 79 por ciento de los estadounidenses, según una encuesta, favorece una reforma migratoria que incluya a ambos partidos, seguridad fronteriza y un camino a la ciudadanía para los extranjeros.
Ante esta parálisis, hay pequeñas historias de heroísmo.
Como la de la niña escritora Estela Juárez, de solo 13 años de edad. Estela escribió un extraordinario y valiente libro sobre la deportación de su madre, Alejandra. Se llama “Hasta Que Alguien Me Escuche.”
Por la política de cero tolerancia hacia los indocumentados del presidente Donald Trump, Alejandra Juárez fue deportada en el 2018 a México, a pesar de estar casada con un militar estadounidense. Así la familia Juárez quedó dividida en dos países. Fue en ese momento en que Estela empezó a escribirle cartas a varios políticos estadounidenses. “Me sentí muy frustrada y muy triste”, me dijo Estela en una entrevista. “No entendía por qué tenían que deportar a mi mamá.” Estela empezó a escribir cartas al presidente y a sus legisladores. “Primero les conté de mi historia y les pedí que cambiaran las leyes de migración para que mi mamá pudiera quedarse permanentemente,” me dijo.
Los pedidos de Estela funcionaron.
Tras casi tres años en México, el gobierno del presidente Joe Biden le otorgó a Alejandra un permiso humanitario para regresar temporalmente a Estados Unidos con su familia. “No me lo creía”, me comentó Alejandra, “fue como un sueño.”
Esta experiencia ha marcado su futuro y, en el proceso, ha encontrado una misión de vida. “Quiero inspirar a otros niños (hijos de padres deportados) y decirles que no están solos en esta pelea”, me dijo Estela, quien tiene planes de convertirse en una congresista y abogada de inmigración.
Esta valiente y visionaria niña, con su libro y su insistencia, logró revertir la deportación de su madre y ahora, en las fiestas de fin de año, están juntas. Pero también nos está indicando el camino a seguir para conseguir una reforma para otros inmigrantes como su mamá.
En la penúltima página de su libro, escribe:
Descubrí que mis palabras tienen poder.
Mi voz también tiene poder.
Y no dejaré de usar mi voz
Hasta que alguien me escuche…