El 5 de febrero de 1970, un joven de 28 años, Carlos Francisco Castañeda de la Fuente, leyó en el periódico La Prensa que el presidente Gustavo Díaz Ordaz iba a asistir al Monumento a la Revolución para encabezar los festejos por el aniversario número 53 de la promulgación de la Constitución de 1917.
Castañeda salió de su humilde casa, depositó en un buzón de correo de la calle Juan Díaz Covarrubias, en la colonia San Rafael, una carta dirigida a la revista <i>Por qué</i>, y luego caminó -no hay certeza sobre su itinerario- con una Luger Parabellum que llevaba guardaba en una maleta, hasta la esquina de Insurgentes y Valentín Gómez Farías.
Ese día, después del acto en el Monumento a la Revolución, Díaz Ordaz iba a dirigirse al Colegio Militar, en Popotla, para celebrar, también, un aniversario de la fundación del Colegio.
El secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán -según consta en un informe rendido por el director de la Policía Federal de Seguridad, Fernando Gutiérrez Barrios-, se adelantó para esperar al mandatario en el Colegio.
Al ver pasar el vehículo, Carlos Castañeda disparó, se lee en el informe “Atentado a un vehículo de la comitiva del señor presidente de la República”, firmado el 6 de febrero de 1970, “seguramente pensando que era el carro del Primer Mandatario, ya que al pasar ese vehículo la gente que estaba en dicho lugar lanzó vivas al Sr. Presidente”.
Habían formado a un grupo de “Marías” de ese lado de la calle. Castañeda se apostó ahí. Luego dio varias versiones de lo ocurrido. En alguna, señaló que García Barragán y él se miraron durante un segundo a los ojos. Dijo que disparó, porque “pensó que el Lic. Díaz Ordaz iba junto al secretario de la Defensa Nacional”, y dijo también que en ese momento quiso vengar la matanza de Tlatelolco que acababa de ocurrir dos años antes. García Barragán le ordenó al chofer que acelerara.
El joven fue detenido en ese mismo sitio por policías o agentes del servicio secreto. Los diarios que habían dado cuenta de la ceremonia callaron u ocultaron el atentado. Era imposible, sin embargo, que el ataque hubiera pasado inadvertido en medio de ¿decenas? ¿cientos? de testigos que formaban parte de la valla o que caminaban por la calle o quizás observaban el paso de la comitiva presidencial.
Castañeda relató muchos años después que el siniestro comandante de la policía federal de seguridad, Miguel Nazar Haro -acusado de asesinatos, secuestros, torturas y desapariciones de los opositores de tres gobiernos, de Díaz Ordaz a López Portillo, y creador de la trágica Brigada Blanca-, hizo que le bajaran los pantalones.
“Con un cordón de cáñamo me amarró los testículos, y le dio un tirón muy fuerte, me dijo que rezara el Credo, así, hincado”, relató Castañeda.
Pero el joven no daba muestras de miedo. “No le tiembla la voz, está muy bien aleccionado”, dijeron sus torturadores.
Todo esto se mantuvo en la oscuridad.
Cuatro meses más tarde, Castañeda fue internado en un hospital siquiátrico en donde permaneció durante más de 20 años. Una jueza lo había declarado “jurídicamente incapaz”.
Castañeda recuperó la libertad en el gobierno de Salinas de Gortari. “No tenía nombre, ni identidad, ni historia”. Pasó sus últimos años en la indigencia y de ese modo murió unos años más tarde.
En 2020, el ministro en retiro José Ramón Cossío publicó un libro sobre el uso político del derecho en contra del movimiento estudiantil de 1968: Biografía judicial del 68.
Tras la aparición de ese volumen, Cossío recibió una llamada telefónica. Le dieron un nombre: Carlos Castañeda; una fecha: 5 de febrero de 1970, y también un dato desconocido: el atentado contra Díaz Ordaz ocurrido en Insurgentes, y la manera en que el autor de este ataque fue internado en un manicomio, triturado por un régimen que tuvo a su servicio, entre otras cosas, la impartición de la justicia.
Con esos datos, Cossío inició la investigación que dio origen a un libro aterrador y fascinante: Que nunca se sepa. El intento de asesinato contra Gustavo Díaz Ordaz y la respuesta brutal del Estado mexicano (Debate, 2023).
¿Quién era Castañeda? A partir de unos cuantos informes de la Federal de Seguridad, a partir de entrevistas y unos cuantos reportes firmados por el personal médico que durante 23 años tuvo a su cargo al autor del atentado, José Ramón Cossío reconstruye una historia de violencia política, de abuso de poder, de pisoteo de la ley, de brutalidad y barbarie.
Un instante en el que, mientras todo esto ocurría, México se enfocaba en la campaña de Luis Echeverría, y en la inminente llegada del Mundial de futbol.
@hdemauleon