Por José Bernardo Hernández Herrera

II

Desperté en el hospital, mis padres estaban conmigo. Lo primero que hice fue preguntar por mi abuelo. Estaba en otro cuarto, le habían dado un sedante para que descansara. Les platiqué a grandes rasgos lo que pasó, les dije que Epitacio era un cobarde porque nos había dejado, luego lloré la muerte de “Catrín”. Mis padres esperaron a que me desahogara, luego se miraron entre sí y mi padre me explicó que Epitacio había dicho “Voy a ver si puedo hallar ayuda”. Y efectivamente, encontró a una patrulla cerca de donde estábamos. Cuando se acercaron, los indios huyeron como cucarachas, quitaron las piedras y se pudieron venir con la camioneta. “¿Y el puerco?”, pregunté con aprensión. “Mañana va a haber carnitas”, me dijo mi madre, que, al verme consciente, de alivio también rompió en llanto.

Al día siguiente, que era domingo, nos reunimos todos mis tíos y primos en casa de los abuelos, yo iba con una venda en la cabeza, al ser el mayor de los nietos, mis primos pequeños me miraban con orgullo. Mi abuelo les dijo que me había portado muy bien, que no me “rajé” nunca, que ni lloré cuando me salió sangre, pero confesó que nunca había tenido tanto miedo, pero por mí, que a él ya le “valía madre” morirse. Luego nos contó a todos un cuento que se llama “El burro y el diablo”, que decía así:

“Había una vez un ranchero que tenía en su casa un gran árbol plantado en la parte trasera. En ese árbol, el dueño acostumbraba amarrar a su querido burro. Una noche, el diablo llegó y desató al burro. El animal, viéndose libre, caminó hasta la huerta de la casa vecina y se introdujo en ella con gran alboroto y causando daños a la siembra. Debido al escándalo, la propietaria de la huerta salió de su hogar, escopeta en mano, y disparó a la bestia que invadía su propiedad.

El amo del borrico, al escuchar el disparo, corrió a ayudar a la vecina, pero encontró a su amado burro muerto. Con la ira carcomiendo sus entrañas, el dueño del animal atacó a la mujer con el machete. Cuando el esposo de la mujer volvió a casa esa noche y halló muerta a su cónyuge, levantó la escopeta y siguió el rastro de sangre hasta la casa del vecino. Entró y, a balazos, exterminó al responsable de la carnicería ocurrida en el patio de su finca.

Los hijos del dueño del burro tomaron venganza y también mataron a quien asesinara a su padre. Y no conformes con eso, quemaron la casa, la huerta y el terreno del otro. Luego, los hijos de los dueños de la huerta se empezaron a matar con los otros, hasta que no quedó nadie vivo.  Cuando Dios se dio cuenta de esto, le reclamó al diablo por su actuación. El demonio, muerto de risa, replicó: «Yo solamente solté al burro».”

Todos guardamos silencio unos minutos. Mi abuelo contó que a Paciano y familia, les había tenido que quitar mercancía que no pagaban, pues para él cualquier deuda era una deuda de honor. Con el suceso del puerco, quiso desquitarse de él. Pensé qué habría ocurrido si mi abuelo hubiera matado a Paciano, o a algún otro. Si hubieran matado a mi abuelo, qué hubiera sido de mí; si Epitacio no hubiera hallado a la patrulla… en fin, qué bueno que, aunque el diablo soltó al puerco… o más bien, a la puerca, pues resulta que sí estaba cargada, todo se arregló más o menos de buena manera, pues los únicos muertos fueron algunos animales, entre ellos mi querido perro, un poco de sangre y algunos sustos. Después de agradecer al Creador, empezamos a comer con gusto a la culpable de este cuento.

Casi al terminar de comer, empezó a oler a gasolina y se oyeron unos gritos espantosos, alcancé a oír “Ora sí se los va a llevar la ching…, culeruuuuus…”. Empezamos a ver fuego por la puerta principal, por las ventanas entraron botellas encendidas con petróleo, mi abuelo le gritó a mi padre que llamara a su hermano el Coronel, poco después se desplomó en el piso agarrándose el corazón, mis tías nos metieron a una bodega que había en el patio, los hombres tomaron las armas del abuelo. Luego oí que alguien gritaba, “Ya se metieron estos cabrones…”, y mientras vomitaba en una esquina y oía disparos y llantos pensaba que el diablo estaría meándose de risa… FIN

José Bernardo Hernández Herrera. Originario de Uruapan, Michoacán, estudió Administración de Empresas en Guadalajara. Cursó la maestría en literatura en Casa Lamm en la CDMX de 2014 a 2016. Casado con tres hijos, tuvo que abandonar su estado por la violencia. Reside en Irapuato. Hizo parte del taller de escritura del CREA. 

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