Ella desea tener un buen corazón, tan es así que se lo ha tatuado en el pecho con una hermosa caligrafía para no olvidarlo y  tenerlo como una prioridad. Pienso que muy probablemente ha estado en cercanía de alguno atrofiado que dejó de ser un órgano humanizante, siguiendo solamente el trámite de conservar la vida bombeando veneno.

Me gusta la frase le digo, ella complacida me platica la historia que es similar a mis pensamientos, porque la evolución, no exenta a los corazones y estos, mutan para bien o para mal siguiendo unas tétricas transformaciones. Y ese fue el motivo de haber tomado esa decisión de cultivar un corazón bueno, por eso lo lleva escrito y firmado  en su carne como si lo hubiera hecho con sus manos.

Pero no es que se repartan corazones buenos o malos, más bien es lo que se les da por sustento. Se podría fingir ignorancia y decir  que no se estaba al tanto, más es imposible, porque el buen alimento se  siente y provoca alegría. Es una sensación tan pura como la lluvia que cae sin ruido, como una cortina de sueños que riega un campo de esperanza que florece  despacio. Es una llovizna o una tormenta interior que aniquila quitando la paz, cimbrando y endureciendo hasta cubrirlo de capas férreas como un soldado que protegiera su vida, o se vuelve insensible enceguecido dentro de su mazmorra.

A  mí me gustaría un tatuaje así le digo sin convencimiento, ante la simple imagen del cauterio. Sin embargo, hago mías las palabras, como he ido complementando mi vida con cosas que me hacen bien y me gustan. A veces es alguna palabra que introduzco a mi lenguaje cotidiano, o una persona que a base de demostraciones le doy el título de amiga. Así, de esta manera, conformé la parte de la personalidad que no nació conmigo, que en el huerto de la vida fui recolectando. 

Nacemos con uno, y aunque hay ocasiones en que lo dudamos, no existe persona alguna que haya nacido sin entrañas.  Al corazón, se le han concedido otras virtudes, como ser una brújula que guiara nuestras acciones para que no erremos el rumbo, como una senda de bien. El atrofiarlo, es una elección voluntaria y  egoísta, el alejarlo de una de sus funciones lo endurece a tal grado que se vuelve una roca ígnea, frío, gélido  e impenetrable.

Pero cuidado, porque esto es apenas el inicio de muchas transformaciones, porque al segar las raíces de la empatía, por consecuencia se marchitarán las sonrisas, y sepultadas en nieve, como semillas condenadas a perecer, se ausentarán de sus rostros. Lo demás, viene después, hasta sentir que se vive por compromiso sin un sentido, olvidando lo esencial de su latido que no aparece en ningún electrocardiograma. 

Yo no quiero ser nunca uno de los seres que vegetan amnésicos ajenos a su humanidad y quiero  recordarlo siempre. Deseo vivir lo que me reste de vida, que es menos de la mitad, con esta aseveración voluntaria prendida en mis sentidos. Por eso digo con mi voz interna que a Él sólo le es audible: “Dame un buen corazón, dame un buen corazón”.

 

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