Álvaro Uribe registró sus tres encuentros con el cáncer en un libro excepcional, que hace posible hablar con él después de su muerte.

Para Montaigne, la filosofía era una preparación para la muerte. El sabio muere en paz, pero sus deudos sufren una pérdida irreparable. Por eso Jacques Derrida señaló que toda muerte representa el fin del mundo; no el de un mundo, sino de “una totalidad única”, “irremplazable”, “infinita”.

Aunque las palabras no subsanan ese vacío, sería peor no usarlas para evocar a un ser querido. Durante veinte años, Derrida escribió obituarios. En 2003, poco antes de su propia muerte, fueron reunidos en el libro Cada vez única, el fin del mundo. Un rasgo peculiar de esos textos es que recuerdan lo que el fallecido pensaba de la muerte. Los editores, Pascale-Anne Brault y Michael Naas, comentan al respecto: “Citar al otro hablando de la muerte, de su propia muerte, es ofrecer al muerto una especie de supervivencia… De ahí el deseo, y la responsabilidad, de hablar no solamente del muerto, sino con él”.

El año pasado escribí un obituario de Álvaro Uribe, notable escritor de mi generación. Traté de hablar de él y hoy quiero hablar con él. Me apoyo en un libro excepcional, Tríptico del Cangrejo, que registra sus tres encuentros con el cáncer.

Uribe llevó un diario para convivir con el adversario que se apoderaba de él: “Aquí no escribo yo, el de la vida prorrogada. Aquí sigue escribiendo y sobreviviéndose la enfermedad”.

El lector se adentra en una enfermedad padecida por millones de personas, pero que pocos conocen en detalle. El blanco laberinto de los hospitales, la mezquindad de los seguros médicos, las metáforas con que el oncólogo procura que el padecimiento pierda realidad, la cofradía de quienes reciben quimioterapia los jueves, la desconcertante cantidad de leucocitos y la dignidad imbatible del paciente integran un microcosmos en el que el resto del mundo queda fuera. Todo depende del Cangrejo y sus tenazas.

Agobiado por el dolor y el mareo, Uribe mantuvo la sobria elegancia de su estilo. Analizaba a los demás con dosis idénticas de perspicacia y tolerancia. No todos saben comportarse ante los enfermos; ciertos amigos omitían hablar del cáncer, como si se fueran a contagiar al mencionarlo; otros mostraban un injustificable entusiasmo al decir: “¡estás igualito!”; otros más, contaban minucias de sus propias enfermedades, como si el malestar fuera una competencia. Formado como filósofo, Álvaro sobrellevaba con irónico estoicismo los efectos sociales del malestar.

Desde su nombre, el paciente es un profesional de la espera. Uribe atrapó esta condición en un párrafo maestro: “Se me va la semana en esperar el jueves. Se me va insensible y velozmente, como agua entre los dedos. No soy alguien que espera. Soy, cada vez más, el acto mismo de esperar. Un acto que, pese a las apariencias, es vertiginoso. Espero a toda prisa. El hecho de estar siempre a la expectativa me hurta el tiempo. De tanto andar esperando no me queda oportunidad de hacer nada más”.

Cada frase del libro representa un intervalo, una pausa entre lo que ya ocurrió y lo que todavía no ocurre: “¿Qué haría con este día si lo tuviera pleno para mí? Si fuera, por decirlo de algún modo, libre de mi persona. Libre de la enfermedad o de la curación que me ata al cuerpo”, se pregunta el paciente que conoce la infinita fragilidad del organismo y su infinita capacidad de lucha.
Tríptico del Cangrejo retrata la batalla colectiva contra un enemigo que gana siempre. En ese torbellino, Uribe confirma un raro misterio: lo que vale un hombre.

Llegó a lo más importante: Tríptico del Cangrejo es, ante todo, una historia de amor. Álvaro atraviesa el infierno en compañía de su esposa, la escritora Tedi López Mills, presente en cada página. Poco antes de morir, él le pregunta si el paraíso tiene días libres. En su agonía, quiere saber si la felicidad admite más felicidad.

Las últimas líneas que salen de su mano son una muestra de gratitud: “Platicamos sobre mi muerte, por supuesto. Pero significa que la plática es sobre nuestra vida. La que nos deparó a los dos -juntos y por separado- un destino inverosímilmente generoso. La que le espera a Tedi, que no será ni de lejos tan mala como ella imagina.

“Rectifico: lo que le espera a Tedi, que, si mis deseos correspondieran a la realidad, sería mucho mejor de lo que ella teme”.
La literatura refuta el dolor. Álvaro Uribe murió el 2 de marzo de 2022, pero su mente estaba en otro sitio.
Un día libre en el paraíso.

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