Hace unas semanas se llevó a cabo el seminario web “EPI-WIN: Gestión del Dengue” auspiciado por la Organización Mundial de la Salud, en el que se comentó una realidad que debe motivarnos a poner manos a la obra: cerca de la mitad de la población mundial corre el riesgo de contraer dengue y la incidencia de la enfermedad ha tenido un aumento de casi ocho veces desde el año 2000 y de tener una presencia en poco menos de 6 países en 1970, el mosquito vector de la enfermedad ahora se encuentra en más de 130.
El dengue es la arbovirosis con el mayor número de casos registrados en la región de las Américas, con un comportamiento cíclico de brotes que ocurren aproximadamente cada 3 a 5 años. En el 2023, entre las semanas epidemiológicas 1 y 4, ya se habían registrado más de dos millones de casos de dengue en la región, con una incidencia acumulada de 214 casos por cada 100,000 habitantes. Los países con mayor número de enfermos fueron Brasil, Perú y Bolivia, sin embargo, si hacemos referencia al número de casos de dengue grave, se suman Colombia y México al top 5 de países con más presencia de esta condición (el caso mexicano con 573 reportes de enfermedad agravada) condicionando entre los países antes referidos más de 800 casos mortales.
Es por lo anterior que se establece el objetivo de mantener la letalidad del dengue por debajo del 0.05 % para disminuir el impacto regional y por ello es que debemos poner atención en tener disponibles las herramientas para un diagnóstico clínico oportuno, identificación temprana de signos de alerta y tratamiento adecuado de pacientes, para evitar casos de mayor gravedad y muerte. Sin embargo, la herramienta más poderosa es la prevención, siendo el control del vector (el mosquito de la especie Aedes) un instrumento fundamental, basado en el uso de productos químicos como insecticidas o repelentes, además de métodos mecánicos para eliminar sitios de reproducción o proporcionar barrera como son las redes, mosquiteros o ropa protectora, así como la participación de la comunidad para la eliminación o limpieza de posibles criaderos (por ejemplo, las llantas viejas almacenadas que ofrecen sombra y obscuridad para que el mosquito deposite huevos, los cuales pueden resistir la sequía y desarrollarse al encontrar la temporada de lluvias).
Si bien la mayor parte de infecciones producen síntomas leves, el dengue puede evolucionar a una condición más severa. La fiebre, debilidad, dolor intenso de cabeza (en especial en la parte trasera de los ojos), dolor muscular y articular, sumados a erupciones en la piel, deben ser motivo de evaluación y vigilancia para evitar o responder ante casos graves que se caracterizan por dificultad respiratoria, shock, sangrado y afección orgánica múltiple. Las pruebas diagnósticas que incluyen la detección viral a través de la amplificación de ácidos nucleicos, antígenos, anticuerpos o combinaciones de estos tests, deben estar disponibles y los médicos deben estar capacitados para su interpretación.
Un desenlace clínico satisfactorio para esta enfermedad (si bien la prevención es lo más importante), incluye una identificación temprana de síntomas, el reconocimiento y atención de comorbilidades de interés, establecimiento de diagnóstico diferencial y respuesta efectiva ante la enfermedad severa, así como el establecimiento de medidas de contingencia o cercos epidemiológicos.
Ante esta alerta derivada del incremento de casos a últimas fechas, es imperativo desarrollar estrategias de prevención e implementarlas de acuerdo a las diversas necesidades locales, informar a la población y capacitar y sensibilizar a los prestadores de servicios de salud. Como siempre, acciones sensatas, coordinadas y soportadas por un financiamiento robusto, darán mejores resultados. Es tiempo.
Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación voluntaria de sangre.
RAA