La nota para el lector que prologa la magnífica novela histórica Taiko de Eiji Yoshikawa cita un muy conocido poema japonés que ilustra los temperamentos de los tres grandes personajes que disputaron el poder absoluto en el Japón a finales del periodo Sengoku, conocido también como la era de los estados en guerra, que terminó con la unificación de la isla bajo un solo líder tras siglo y medio de guerras civiles. El poema dice:
¿Qué hacer si el pájaro no canta?
Nobunaga responde: «¡Mátalo!».
Hideyoshi responde: «Haz que quiera cantar».
Ieyasu responde: «Espera».
Nobunaga fue un sangriento señor feudal que abrió la senda hacia la unificación mediante el uso brutal de la violencia, en el camino asesinó a varios de sus familiares, incluyendo a su hermano. Su crueldad queda patente en la imperiosa respuesta.
Toyotomi Hideyoshi, cuya vida estructura la novela Taiko, a pesar de su origen humilde, destacó gracias a su habilidad como diplomático. Yoshikawa lo presenta como un hombre audaz y manipulador que fácilmente sacaba partido de las intenciones de quienes lo rodeaban. Tras la muerte de Nobunaga, Hideyoshi se encumbraría como el hombre más fuerte del Japón, bajo el título de regente imperial y luego como regente retirado (Taiko), pues su baja extracción hizo imposible nombrarlo shogún.
La lucha por el poder lo enfrentaría en su momento contra otro de los grandes líderes de su tiempo, Tokugawa Ieyasu. Este último, como nos muestra el poema, basaba su virtud en la paciencia: a pesar de ser derrotado inicialmente por Hideyoshi, se convirtió en su aliado incondicional y esperó. Tras la muerte de éste, derrotó a sus sucesores en la batalla de Sekigahara, en 1600, y con el archipiélago unificado se convirtió en el primer shogún de la dinastía Tokugawa, que gobernaría el Japón durante más de dos siglos y medio.
El poema, además de una extraordinaria parábola, pone de relieve la importancia de la paciencia para conseguir objetivos importantes, duraderos. Algo que parece hemos olvidado en la política contemporánea cuya construcción parece cimentarse sobre la fugacidad de lo inmediato. Candidatas sacadas de la manga, sin mayor experiencia política y sin proyecto alguno más allá de la inercia o la orden expresa de cuidar las espaldas de sus antecesores. Candidatos que quieren verse en la boleta porque sí, sin tener pruebas fehacientes de su popularidad o idoneidad más allá de la propia soberbia.
A esto sumemos medios de comunicación que incitan, hostigan y apremian a que todo sea pronto ya. Como comentaba Lamberto Maffei en su Alabanza de la lentitud, estas prisas son tan enemigas de la paciencia como de la razón. Un canto de sirena que “resulta fascinante para algunos, aunque para otros (los de pensamiento lento) parezca irracional y absolutamente carente de poesía”, aseguraba el italiano. La aplicación en la política de los mismos preceptos que rigen el mercado consumista con su velocidad irreflexiva. No en vano los mismos mercadólogos controlan la eterna campaña en la que estamos inmersos. ¿Es esto lo más conveniente para procesos que deben orientarse a muy largo plazo? ¿Piensan nuestros políticos siquiera un momento en ello o se encuentran atrapados en la rueda del hámster? Y si ellos no lo hacen, ¿quiénes se aprovechan de ello? Diría sin temor a equivocarme que sólo los más pacientes.
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