Se escuchan las sierras voraces, ruidosas asierran los troncos secos, yo escucho ese lamento triste que se acerca traído por el viento. De pronto se hace el silencio, sólo el necesario para bajar amarrada una de esas ramas colgada de la cintura. ¡Soy inocente grita en un alarido de polvo y astillas! pero ellos no escuchan nada, deduzco que no entienden lamentos de madera. 
¡A la hoguera, a la hoguera! corean los demás arboles con júbilo y gozo malévolo imaginando el triste fin, y creo que en eso son similares a los humanos que les place ver la desgracia ajena. 

Y es que en estos tiempos de lluvias, en donde los huracanes invaden las costas portando sus nubes negras, esas que les place llorar a borbotones como buenas plañideras, que por orden de alfabeto se turnan para externar sus penas. 
Y hasta acá llegan sus estragos pues no son tormentas quietas, se diseminan y distribuyen iluminando de relámpagos, lanzando amenazas que nos alejan de las ventanas y nosotros como niños asustados de tanto vituperio, permanecemos, silenciosos vulnerables con el corazón agitado. 

¡Alto, deténgase! cintas amarillas previenen, prohíben el paso, y yo tras de ellas veo a los hombres en su labor macabra, desmembrando al árbol en troncos pequeños, apilándolos dentro del camión que ya rebosa de hojas secas. Yo los escucho, pero permanezco inmutable para no descubrir mi secreto, presencio el espectáculo decadente con los labios cerrados, con los brazos a los costados, que vencidos, reconocen mi derrota. No, no me miren a mí, les digo en mi pensamiento, soy limitada, no puedo hacer nada por ustedes. 

Ellos, los troncos, me miran silenciosos, tienen lágrimas blancas de resina que permean y escurren sin pudor. Lentas ruedan como perlas que encapsularan un sentimiento incomprendido, ofreciendo su derrota y su sinsentido a quien quiera mirarlo. Los transeúntes caminan de prisa, como escapando o huyendo del ruido molesto que altera la mañanita de septiembre. 

Al concluir otra vuelta más, siguen con su labor siniestra, y aunque tomo caminos alternos, volteo mis ojos, pero no escapan mis oídos, no puedo seguir fingiendo y entonces me detengo, los veo recluidos quietos en la caja del camión que esta empapada de sus desgracias. Les hablo de la luz nueva, de esa que brotará de su carne seca iluminando y alejando el frio, dándoles un sentido diferente y nuevo. Les explico de la transformación de la libertad profunda que da el no tener asideras.

Ya no serás un árbol majestuoso, más seguirás viviendo, y el humo de promesas calcinadas se confundirá con las nubes dándote un propósito diferente, abarcarás maleable un espacio del imponente cielo, y mirarás la tierra a la distancia como un lugar diminuto, volando, sentirás que abrazas la inmensidad nueva como una promesa cumplida, como una ráfaga de aire.  

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