No recuerdo la hora en que la noche se instaló en la sala a escucharnos. En un momento determinado te incorporaste, con prisa cerraste las cortinas y prendiste las luces. -Nos pueden ver de la calle, dijiste. Así permanecimos en nuestra charla de jueves compartiendo confidencias que cortábamos de nuestros recuerdos y en nuestros labios se volvían rosas frescas.
Nos arrebatábamos las palabras, con prisa por desenmascarar el corazón, escuchábamos tomando turno sin interrumpir, porque sabemos que las confidencias son rosas de hielo, de frágil filigrana de cristal que se hacen añicos en un titubeo y no resisten las distracciones. En nuestro recorrido por estos lares, se pegan a nuestros costados como las rémoras de mar acompañándonos toda la vida, y se dispersan nadando en desbandada si intentas arrancarlas a la fuerza, pues sólo se dan por voluntad propia.
Te escuché en silencio fijando en tí mi mirada, mas tus ojos ya no estaban conmigo, andabas lejos, tu ancla estaba en el fondo de otro mar. Sólo el sonido me envolvía diciéndome que aun estabas presente, aunque tus huellas en la arena me decían que habías corrido a contratiempo y revivías confiada tu añoranza, sabedora que mis labios permanecerían sellados para siempre.
Así, es fácil hablar, porque es como hacerlo con el viento, que corre lejos y desbalaga las silabas esparciéndolas a lo largo del camino para que andemos por sendas de flores.
El otro día, dices, intentaste hablar, más topaste en un muro ciego y optaste por desandar tus pasos sin intenciones de volver. Ella, dices, se dio cuenta, se percató que ya no eras la misma después de sus interrupciones, que tus ojos parecían lanzas de pedernal, fieros e intempestivos volvían silenciosos a la trillada cotidianeidad, probablemente hablarías de las lluvias que van y vienen o del calor del mediodía, quizá.
Pero hoy, el caso es diferente, porque somos confidentes y aunque el café se enfrié y los minutos corran al hablar, no nos detenemos pues, descubrimos partes veladas de nosotras mismas, nos comprendemos viéndonos en esos espejos ocultos con plenitud y comprensión, ha transcurrido mucho tiempo desde que aceptamos no ser perfectas.
Las confidencias, son regalos únicos que se otorgan con gratitud porque sabemos que encuentran una morada en el otro, tal vez intentamos prolongarnos o vivir dos veces, y esa forma de trascendencia, nos alegra sin saber cómo expresarlo. Finalmente el manantial se agota y nos despedimos, pero lo hacemos con una sensación de dualidad, no sabemos a ciencia cierta si yo me quedo o tú te vas conmigo, sentimos que vamos cargando juntas el equipaje, como si deambuláramos juntas por un camino de ida y vuelta.